jueves, 26 de diciembre de 2019

Estopa abarrota la orilla del río Piles





Estopa: Festival Metrópoli Winter Edition. Palacio de Deportes Adolfo Suárez. Sábado, 21 de diciembre. 

Veinte años llevan los hermanos Muñoz encima de los escenarios partiendo la pana, y a lo largo de su decena de discos se han ganado a pulso el título de  reyes de la rumba catalana, con permiso de Peret que en paz esté. Mucho mérito tienen los de Estopa, de hecho pueden presumir de haber creado himnos que forman parte del acervo de varias generaciones. Así se demostró en Gijón, con un público ansioso porque empezara el concierto, abarrotando el recinto del Palacio de Deportes para recibir a los de Cornellá.  

“Fuego” es el álbum nuevo que presentaron con motivo del vigésimo aniversario. Nada nuevo nos cuentan David y José, es un poco más de lo mismo. Pero tampoco les hace falta, porque ellos, desde “La Raja de tu falda” han encontrado la manera de conectar con su público contando cosas cotidianas, con las que todos nos podemos sentir identificados. No son un producto prefabricado de los que se apuntan al reggaetón o al ritmo que esté de moda, son coherentes con su forma de entender las canciones y funciona bien.

Un acorde y una sola palabra era suficiente para que el público reconociera las canciones y cantara todos los versos de principio a fin.  Así pasó con “Fuí a la orilla del Río”, “Vino Tinto”, “Pastillas de freno”, “Ojitos Rojos”, “Tu Calorro” o “Como Camarón”, entre otras. ¿Quién no conoce estas canciones? Lo curioso es que también sucedía con los nuevos temas de su disco “Fuego”, que lleva pocos meses en el mercado y ya tiene éxitos como  “Atrapado” o la simpática “Pobre Siri”, cuya letra no tiene desperdicio. 


La puesta en escena también ha estado a la altura, con proyecciones de vídeo mezclando imágenes grabadas con imágenes en directo, creando un escenario muy bonito y cargado de colorido. Además, los de Estopa se acompañan de una banda de músicos que tuvieron oportunidades para demostrar su calidad como instrumentistas. Parte de ellos ya figuran en los créditos de la grabación del disco “Fuego”, como el teclista Nacho Lesco, que ofreció destacados arreglos en “Ya no me acuerdo”, entre otras. El percusionista cubano Luisito Dulzaides aportó riqueza rítmica al firme pulso de Anye Bao, un batería que hace historia en el rock español por haber colaborado con grandes como Luz Casal, Raimundo Amador, Ketama, Héroes del Silencio, Rosario Flores y un sinfín de artistas. Las guitarras flamencas de Juan Maya más que escucharse se adivinaban, porque el trabajado espectáculo de ritmo y sonido que ofreció Estopa quedó ensombrecido por la pésima calidad acústica del recinto. Dicho sea de paso, me reitero una vez más en expresar que que a Gijón le hace falta un recinto adecuado para albergar conciertos multitudinarios. Y parece que este tema no le preocupa a nadie. 


En definitiva, la tribu astur estuvo con los de Estopa de principio a fin. Ellos hicieron su trabajo muy bien y el público respondió con muestras de cariño y gratitud. Comentaba una chica a la salida: “meses esperando por este concierto y ya se acabó todo”. Pues sí, el concierto se acabó y el público lo recordará por haber disfrutado mucho. ¡Qué más se puede pedir!

Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España

domingo, 22 de diciembre de 2019

Cepeda y Ana Guerra: triunfitos de rebajas


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Cepeda y Ana Guerra. Festival Metrópoli Winter Edition. Sala Albéniz, viernes 20 de diciembre.

Las rebajas de Operación Triunfo se adelantan a la cuesta de enero y la oferta es 2X1, es decir, dos cantantes por el precio de uno. Con nombre de banco y tarjeta de crédito (Imaginbank), Cepeda y Ana Guerra se han sumergido en una gira en la que es difícil buscar puntos en común en sus shows, salvo que los dos han pasado por una de las últimas ediciones de OT y  los dos fueron más aplaudidos por el público que por el jurado del concurso. Aún así ninguno de los dos tiene suficiente tirón para acaparar multitudes, requisito indispensable de la productora Gestmusic. Para buscar una excusa lanzaron un par de baladas perecederas cantadas a dúo y montaron la gira con intención de llenar grandes recintos, pero la promoción se ha ido desinflando poco a poco y en Gijón se han tenido que conformar con llenar la Sala Albéniz y a precio de saldo. 

Empezó Cepeda, con su repertorio lleno de canciones que tocan la fibra sólo a las adolescentes que acaban de descubrir eso de las hormonas. Arreglos musicales y letras más que usadas y vacías de contenido, se repitieron durante toda la actuación. El único tema que valió la pena fue la versión de “No hay manera” de Los Ronaldos, el resto no merece mención. Por lo menos podría haberse rodeado de buenos músicos y ofrecer arreglos interesantes. Sinceramente, desconozco si son buenos músicos o no, simplemente no demostraron nada porque estaban al servicio exclusivo de la voz. Eso sí, eran guapos y me da que pensar si también era un requisito indispensable para formar parte del séquito. 

Cepeda es un cantante del montón con una puesta en escena muy previsible y no aporta nada de originalidad. Probablemente en un par de años ya ni nos acordaremos de su nombre (o apellido), como le ha pasado a tantos ex-concursantes del casi único programa musical que hay en la parrilla televisiva. 

Terminó con su éxito “Mi Reino” y hubo que esperar un rato para el cambio de instrumentos y  de músicos que acompañarían a la cantante canaria. Si hacen una gira conjunta ¿no sería más factible compartir músicos e instrumentos? En fin, cosas del corta y pega. 

Ana Guerra, sin embargo, es una cantante con mucho talento y con un estilo musical de onda latina que hoy por hoy no tiene competencia en España. Le falta madurez para dirigirse al público y a veces se le va la afinación, pero su voz es potente y arriesga con los giros y fraseos. Además, su puesta en escena es mucho más brillante que la de Cepeda: los músicos son buenos y los cuatro bailarines son excepcionales. Lástima que no pudieran desplegar todo su potencial por las dimensiones del escenario. 

Combinó un repertorio de temas propios con éxitos muy conocidos como “La Bikina” que marcó un antes y un después en su paso por OT y se metió al público en el bolsillo. No se si con el tiempo podrá llegar a afirmar eso que canta en su famoso reggaetón “mira qué bien me va sola”, desde luego tiene buenos ingredientes. Le falta tiempo y capacidad para desligarse de estas giras pastiches que nada aportan, salvo hacer caja. 
Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España

viernes, 20 de diciembre de 2019

Film Symphony Orchestra: un pastiche de bandas sonoras





Film Symphony Orchestra: La mejor música de cine. Teatro de la Laboral, domingo, 15 de diciembre. 

Muchos éxitos está consiguiendo el director e ideólogo de la Film Symphony Orchestra Constantino Martínez-Orts.  Su presencia en el teatro de la Laboral en marzo del presente año interpretando bandas sonoras de John Williams, causó sensación y como consecuencia repitió escenario volviendo a agotar todas las entradas en estas fechas próximas a la Navidad. Pero esta vez faltó coherencia: su fórmula de ofrecer los temas más populares a modo de píldoras de diferentes películas funciona muy bien entre el público mayoritario, sin embargo, el resultado es una mezcolanza  que no está a la altura de la recopilación de bandas sonoras de Williams.

La suite que aborda los principales temas de “El Secreto de la Pirámide” fue una idea magnífica para abrir el concierto después de la Fanfarria de Korngold. Recordamos al joven Sherlock Holmes y a su ayudante el Dr. Watson, cómo huían de sus propios fantasmas al ser envenenados por disparos con una flauta certera. Había coherencia entre los distintos leitmotiv y la orquesta acertaba con la interpretación. Y también funcionaron bastante bien los temas de “El Discurso del Rey”, de Alexander Desplat, aunque la elección fue de lo más asequible dentro de la banda sonora. Hubiera estado fenomenal que se atrevieran con el segundo movimiento de la “Séptima” de Beethoven,  pieza clave de la película mientras el Rey Jorge (interpretado magistralmente por Colin Firth) ofrecía su discurso intentando superar la tartamudez. Quizás era un plato demasiado fuerte para digerir o quizás, superaba el tiempo que la orquesta dedicaba a cada película.

Hay cierta analogía entre “Inteligencia Artificial” de John Williams, “Jurassic World” de Michael Giacchino o “Willow” de James Horner junto con algunas grandes obras de Alan Silvestri. Sin embargo, del sinfonismo decimonónico alemán de las aventuras de “Han Solo” pasamos al exotismo oriental de la película “Aladín”, con ciertos problemas en la sincronización dicho sea de paso; y cambio de tercio para escuchar “El éxtasis del oro” de la película “El bueno, el feo y el malo” con soprano incluida. Ya en la segunda parte pasamos de la gloriosa y épica “Norte y Sur” al intimismo de “Amélie” o el ritmo frenético de “Piratas del Caribe”. En fin, todo un pastiche de emociones.

Me encantó su interpretación de la suite “Interstellar” del grandísimo Hans Zimmer, pero es un agravio tocar una obra de esa magnitud condensada en cinco minutos y pasar seguidamente a “Los Vengadores” de Alan Silvestri. Y no porque una sea menos importante que la otra o porque tenga menos calidad, sino porque no hay tiempo para procesar, para desarrollar las ideas y para saborear. Son dos mundos totalmente diferentes musicalmente hablando. 

Cada banda sonora por sí misma es una gran obra de arte y como gran aficionada al género aplaudo que exista una orquesta de estas características, pero me produce rechazo el formato: tocar cosas ligeras y cortas,  de consumo fácil, que estén en la mente de todos los aficionados, buscando la emoción visceral y el aplauso inmediato yo no lo compro. Finalizado el concierto me quedé con la sensación de haberme pegado un atracón en un restaurante tipo buffet con una gran variedad de platos queriendo probarlos todos, aunque sea de Estrellas Michelín. La digestión no es fácil. En muchas ocasiones menos es más. 

Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España

Milanés y la tortilla

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Pablo Milanés,  gira “Esencia”. Teatro de la Laboral, sábado, 14 de diciembre

Un pincho de tortilla es suficiente para que un espectáculo se quede a medio gas. La tortilla y un largo viaje en coche desde Sevilla a Gijón dejaron a Pablo Milanés con mal cuerpo y su esperado concierto en el teatro de la Laboral quedó aburrido y monótono. 

Uno de los tres fundadores de la nueva trova cubana - junto con Silvio Rodríguez y Noel Nicola-, presentaba en Gijón su gira “Esencia”, que lleva año y medio rodando por los principales teatros: una gira que repasa las canciones más emblemáticas del artista, junto con otras que han pasado más desapercibidas y algunas composiciones nuevas.  La pianista Ivonne Téllez y la chelista Caridad Varona, junto con la guitarra de Milanés fueron los únicos instrumentos que sonaron durante el recital.

Las dos primeras canciones “Matinal” y “Plegaria” dieron comienzo a una sonoridad con pocas variaciones a lo largo de todo el concierto. Los únicos cambios resaltables fueron  “De qué callada manera” y “En saco roto”, en los que el acompañamiento rozó los ritmos cubanos rompiendo un poco la línea musical, además de “Los males del silencio” interpretada a modo de danza barroca y renacentista. El resto del repertorio caía completamente en la monotonía debido principalmente a los acompañamiento del piano, en los que no se jugaba con los silencios ni había fraseos originales. Alguna aportación original hubo por parte de la chelista que alternaba melodías líricas en contestación a la voz con pizzicatos  para dibujar síncopas a modo de contrabajo y así imprimir un poco de ritmo. 

La voz sonó limpia y clara, como es habitual en Milanés, ya que su esencia es el mensaje de sus letras comprometidas y reivindicativas. Sus versos no tienen desperdicio  y sus melodías cuando compone sobre textos de otros también son de gran calidad, como “Alga quisiera ser” con letra del poeta asturiano Ángel González, o una de sus canciones más antiguas y queridas “Ya ves y yo sigo pensando en tí”.
El concierto fluyó de manera coloquial, en ocasiones improvisando el orden del repertorio para acomodarlo a su tesitura sin esfuerzo, claro que es fácil buscar las canciones que mejor le vienen entre tantísimo repertorio como ha compuesto a lo largo de su vida. Aún así no podían faltar parte de sus himnos como “Para vivir”, la famosa “Yolanda” o “El breve espacio en que no estás” con la que dio fin al recital de poco más de hora y media. 

Decíamos que faltó variedad en el acompañamiento musical, pero también faltó diálogo con el público por parte de Milanés, tal y como nos tiene acostumbrados: sus aventuras y reflexiones entre canción y canción no estuvieron presentes por culpa de la tortilla. En definitiva, no fue una buena noche, aún así los gijoneses hemos tenido la oportunidad de disfrutar de sus conciertos varias veces y esperamos que vuelva pronto y en plena forma. 
Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España

The Campbell Brothers: Gospel con mucho SteelO

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The Campbell Brothers. Festival de Gospel de Gijón. Teatro Jovellanos, viernes, 13 de diciembre. 

Es poco frecuente escuchar formaciones con steel guitar, pero tener dos de diferentes tipos en una misma banda de tan sólo seis componentes es muy raro, y si a esto le sumamos el altísimo nivel de cada uno de los componentes sólo hay una que lo cumpla y son “The Campbell Brothers”. Con ellos el Teatro Jovellanos inauguró su tradicional Festival de Gospel, del que ya hemos perdido la cuenta de la edición, convirtiéndose en uno de los festivales de más arraigo de la ciudad.  

La formación neoyorquina presentó “Sacred Steel”, con el que llena los teatros cada noche en esta gira por España. Liderada por Chuck Campbell en el steel guitar, al que comparan con Jimi Hendrix en su instrumento (con razón) y rodeado de grandísimos músicos, empezaron a ritmo de rom pom pom pom en una versión muy particular del famoso “Little Drummer Boy”, en el que pudimos apreciar la altísima calidad del batería (Levi Benett). Que un batería haga un sólo en el primer tema del concierto, salvo Phill Collins y alguno más es totalmente atípico. 

Sonó a todo ritmo “I´ve Got a Feeling Everything’s Gonna be Allright” y fue el momento de lucimiento de Darick Campbell con el Lap steel -la variedad más antigua del steel guitar sin pedales-, que también destacó en la versión instrumental de Sam Cooke “A change is gonna come”. El bajo firme de Darick Benett mantenía la base armónica para que se sucedieran solos y fraseos en los steel y en la guitarra de Phil Campbell, que alternaba solos con el apoyo armónico. Una formación muy sólida con mucho empaste a la que se sumaba la potente voz de Denise Brown, en su tesitura de contralto. 

La única debilidad, quizás, es la base armónica que se quedaba coja cuando el guitarrista hacía los solos: el steel guitar imitaba el sonido de órgano con los acordes y no siempre estaban en el sitio por cuestiones técnicas del instrumento, por lo demás perfecto. 

A resaltar los tempos bien calculados de las canciones para que el espectáculo fluyera y no decayera. El público se mostró encantado con palmas a ritmo de blues, de gospel o del R&B más enérgico, aplaudiendo cada intervención y deseando que no se acabara.  La versión del “I’m going Home on the Morning Train” con el sonido del tren en el steel guitar cambiando de velocidades fue espectacular. 

Y el concierto llegó a su fin pero faltaba el bis habitual.Tocar el “Oh happy day” en los festivales de gospel es como tocar el “Asturias patria querida” en las fiestas de prao,  y la versión de los “Campbell Brothers” no es de las mejores que han sonado en el Jovellanos, ni por los coros ni por los arreglos, pero era necesario. Por lo demás, una de las formaciones más interesantes que han pasado por el Jovellanos en la larga trayectoria de los festivales de Gospel de Gijón.
Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España

Viaje de Invierno (Winterreise): un viaje triste y bello





José Manuel Montero (tenor) y Aurelio Viribay (piano). Sociedad Filarmónica de Gijón. Teatro Jovellanos, miércoles, 11 de diciembre.

La Sociedad Filarmónica de Gijón ofreció uno de los conciertos más esperados de la temporada, el “Viaje de Invierno” (Winterreise) de Franz Schubert. La butaca rozando el lleno pudo seguir paso a paso cada verso mediante un programa de mano impreso para la ocasión a todo lujo y traducido del alemán, gracias a la implicación del Club Rotario de Gijón y la colaboración de diversas entidades, entre ellas La Nueva España. La recaudación íntegra de la taquilla se ofreció a beneficio de la Asociación de Esclerosis Lateral Amiotrófica del Principado de Asturias. 

“Viaje de invierno” es una obra sublime y difícil, por cuestiones técnicas y por la necesidad de sumergirse en el mundo de las emociones para que sea creíble a los oídos de tantos aficionados. No olvidemos que esta obra es una de las más populares del género lied. Schubert tenía tan sólo veintiséis años y estaba muy enfermo de sífilis cuando abordó esta composición sobre doce poemas de Wilhelm Müller, con una gran carga dramática al haber perdido a su madre y sus hermanos cuando era niño. Tanto sufrimiento por ambas partes da lugar a un ciclo de veinticuatro canciones desgarradoras a la par que bellas.  El tenor José Manuel Montero, acompañado por el pianista Aurelio Viribay, mostró una amplia gama de posibilidades al abordar un ciclo de canciones con tanta profundidad lírica.

No fue la mejor noche para el tenor. Ya advirtió al principio del concierto que llevaba varios días aquejado de varias patologías que afectan directamente a la voz, viéndose obligado a abandonar el escenario varias veces entre lied y lied. La merma de facultades se notó. Por momentos el exceso de nasalidad y la dificultad para los cambios de registro estuvieron presentes. A pesar de todo, en lugar de optar por anular el concierto demostró ser un tenor con muchos recursos técnicos y salvó la actuación de manera notable.

Sobresaliente fue la interpretación del pianista Aurelio Viribay, cobrando gran protagonismo en numerosos lieder, destacando la sensibilidad y la fluidez armónica. Recordemos que la función del piano a lo largo de toda la obra no es un simple papel de acompañante. Muy destacable su labor en “Sueño primaveral”, con gran contraste entre la belleza bucólica y la tristeza fría y oscura, hasta llegar a la absoluta “Soledad” del lied número doce, justo a la mitad del viaje. El movimiento oscilante del piano reflejaba perfectamente el vuelo de “El Cuervo” sobre la cabeza del viajero, mientras Montero desgarraba la voz en la “Mañana Tormentosa”, hasta llegar al último lied “El hombre de la zanfoña”. Una muestra de empaste entre voz y piano de lo más audaz, logrando sumergir al espectador en un viaje de invierno muy triste y muy bello.

Una pequeña parte del público manifestaba sus ansias por aplaudir, incluso antes de dejar reposar el acorde final de cada lied, resultando un tanto molesto. Está muy bien aplaudir, pero todo tiene su momento. El concierto terminó con una gran ovación y el reconocimiento al esfuerzo y el trabajo bien hecho por parte de dos grandes profesionales.

Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España