Miss Caffeina: “Directos Vibra Mahou”. Sala Albéniz. Viernes, 21 de febrero.
Miss Caffeina es una de esas bandas protegidas por no se sabe quién - o yo no lo sé, mejor dicho-, que están en primera línea de cartel formando parte de todos los festivales españoles. Tampoco se sabe si siguen perteneciendo a la escena indie-pop o ya se han pasado al mainstream. La cuestión es que arrasan y allá por donde van cuelgan el cartel de sold out. Escuchando sus temas por plataformas digitales me choca tanto éxito, aunque he de reconocer que algunos videoclips tienen una estética muy cuidada. Pero musicalmente no me dicen nada. Pensaba que podría ser como con Leiva, que a la tercera canción tengo que cambiar porque no lo soporto, sin embargo, sus directos suenan potentes. No es el caso. Miss Caffeina tiene un directo lamentable, por lo menos así fue en la sala Albéniz de Gijón durante la gira “Directos Vibra Mahou”. Desde el segundo tema sentía deseos de abandonar la sala, pero contuve las ganas por aquello de la profesionalidad y soporté los veintiún temas que sonaron uno tras otro.
Aunque llevan más de una década de vigencia pasaron desapercibidos hasta el lanzamiento del disco “Detroit” (2016), con canciones como “Mira como Vuelo”, consiguiendo así colarse en las listas de éxitos. Los cuatro componentes se definen a sí mismos como banda atenta a todo lo que suena, sin prejuicios para absorber y dejarse influenciar por las nuevas corrientes. Así justifican el cambio sonoro que han tenido en su último disco “Oh Long Johnson” (2019), dejando las guitarras en segundo plano para ofrecer un sonido más electrónico. Posiblemente, el hecho de que Alberto Jiménez (cantante) se haya convertido en uno de los portavoces más importantes de la comunidad de LGBT+, haya influido en ese sonido más cercano a Fangoria (como “Cola de Pez”, por ejemplo). Sea por lo que sea hay un cambio grande y se nota cuando escuchamos ambos discos. Sin embargo, en directo, tanto da una canción como otra, suenan todas igual. Igual de mal, quiero decir. Musicalmente hablando, esos arreglillos que se perciben en algunas canciones no estaban y todo sonaba plano y monótono.
Entre “Reina”, un canto a la reconciliación con aquellos que no te dejan salir del armario y el homónimo de “Oh Long Johnson” que cerró el concierto, alternaron los más conocidos de “Detroit” y casi todo lo último, con algún rescate de sus tres anteriores discos, como “Mi rutina preferida”, cuya letra produce diabetes por empalagosa. El cantante, por otro lado, patinaba de vez en cuando con la afinación y le costaba interactuar con el público.
En cuanto a las letras, aunque hay algunas que muestran trabajo detrás, la mayoría son lo de siempre pero con algunas palabras tope modernas, como “peripatético” o alguna palabrota de esas que les hace tanta gracia a los niños pequeños. Por buscar algo positivo, tiene su gracia el contraste entre las letras pesimistas y la música de baile rompepistas en algunas canciones. El resto no me dice nada.
En definitiva, se nota que este grupo está muy inflado y cuenta con apoyos de los que controlan el panorama de los festivales y las discográficas que están resurgiendo de sus cenizas. Desde luego, si pretenden ser recordados como uno de los grupos que formaron parte del boom festivalero de la época, tal y como dijeron en alguna ocasión, ya pueden dejar de hacer directos como este.