“Symphonic of
ABBA” en el Teatro Jovellanos. Miércoles
16 de Abril.
El filón de ABBA es inagotable. Da igual que sean grupos
tributo, musicales, homenajes, orquestas, películas o sinfonías,
cualquier espectáculo que lleve música creada por la banda sueca es garantía de
éxito ¿Quién no conoce algún tema de ABBA? Melodías pegadizas, letras
sencillas, estribillos explosivos y voces femeninas armonizadas de manera
peculiar para los años 70 han hecho que hasta las generaciones más pequeñas
de hoy sepan tararear alguna canción.
Por donde pasan arrasan, así que “Symphonic of Abba” repite
en el Jovellanos un año más con el mismo éxito. No es de extrañar porque es un
espectáculo muy bien pensado de principio a fin: luces, sonido, cantantes
solistas, coro, orquesta mini-sinfónica, orden del repertorio...Todo está tan
estudiado como las recetas del McDonalds, sin dejar nada al azar ni a la
improvisación.
Dos pases. El primero arranca con una introducción
sinfónica del tema “Dancing Queen” y continúa con pequeños fragmentos en los
que vamos escuchando poco a poco cada grupo instrumental presente en el
escenario. Se trata de que suene a Abba así que no podía faltar el
cuarteto clásico de pop formado por batería, bajo, guitarra y sobre todo teclados
que, en realidad tienen mucho más peso que la pequeña orquesta sinfónica.
Por supuesto, todo al servicio de unos magníficos cantantes como son Thomas Vikström, Jakob Stadell,
Alicia Nilsson y Michele McCain, la más conocida por el público español tras su
paso por la “Orquesta Mondragón” y el programa cazatalentos “PopStar”. En el
primer pase los hits muy conocidos estaban más dosificados, “Thank you for the
music”, “Fernando”, “Super Trouper” o “Honey Honey”, intercalados por otros
temas que fueron éxito en otros países, pero en España no tanto.
Después del descanso la temperatura de
la sala ascendió algún grado. Desde “Chiquitita”, cantado magistralmente por
Thomas Vikström, hasta el ”Voulez-vous”, en la potente voz del guapo
Jakob Stadell, llegaron los grandes éxitos, que no son pocos. La eurovisiva
“Waterloo” volvió a interpretarse para cerrar la actuación en la que el público
se sintió un tanto incómodo por estar pegado a las butacas. Aun así, en
los cuatro últimos temas la mayoría de los presentes se levantaron para dar
palmas y poder bailar, aunque sólo fuera moviendo la cabeza y los brazos.
Pocas veces hay ocasión para ver a la sección de
violines y violas divertirse, corrijo, exteriorizar su diversión, seguir el
ritmo de la música con el pié, cabeza u hombros y gestos de complicidad entre
los músicos. Todo el mundo quedó con ganas de más. Crítica de Mar Norlander para la Nueva España.