Donovan. Teatro de la Laboral, sábado 11 de marzo.
Imagínense la escena. Un gran salón privado y en el
centro, sentado encima de una alfombra de pelo claro (de oveja, creo), el
mismísimo Donovan, con un micrófono y su inseparable guitarra verde, de nombre “Kelly”.
Luces tenues, -con velas estaría perfecto- y alrededor del compositor varios
cientos de colegas, afines e incondicionales, sentados y dispuestos a escuchar
unas cuantas historias contadas por alguien que las ha vivido con intensidad.
Dispuestos a absorber todo lo posible de un icono universal que ha sabido
conectar parte de la filosofía oriental con la música occidental, encontrando
el sentido de la vida a través de la meditación con sabios como el gurú
Maharishi Mahesh Yogi – al igual que los Beatles o Mick Jagger, entre otros-, y
que ha sabido convertir todas estas vivencias en grandes canciones. Imagínense
que ese gran artista viene con ganas de compartir parte de sus historias y sus
canciones con todos nosotros. ¡Qué emoción!
Con esa filosofía llegó Donovan a Gijón, con el propósito de
ofrecer a sus fieles un repertorio sin novedades. La excusa era el 50th aniversario de su mítico “Sunshine
Superman” y la intención cantar todos aquellos temas por los que es quien es.
Pero el Teatro de la Laboral no es un salón privado donde se pueda extender la
alfombra en el centro y cantar en
posición de yoga. Los asistentes no tienen libertad para sentarse o ponerse de pie cuando quieran
danzar libremente, al sentirse poseídos por el espíritu de la psicodelia,
escuchando “The hurdy gurdy man”, o
cantar y danzar con los versos de “Donna, Donna”, “Lalena” o “Remember the
Álamo”. El teatro cuenta con un
escenario difícil de llenar. Enfrente, en una gran oscuridad, unas cuantas
butacas que ocupan los asistentes desde el principio del concierto hasta el
final, -al menos según el manual de buenas costumbres- sin levantarse.
Pues bien, dado que el entorno no era el ideal el concierto de
Donovan presentó demasiadas carencias para los asistentes que no se conformaban
sólo con revivir nostalgias de la época hippie. El público que buscaba cierta
calidad sonora no la encontró. Es sabido que Donovan nunca estuvo dotado de una
voz prodigiosa, más bien se queda en una voz agradable que supo cantar buenas
historias Tampoco nunca fue un virtuoso de la guitarra, dejémoslo en que su
técnica era correcta. Si a esto le sumamos que los excesos y los años pasan
factura, el resultado es que su timbre ya no es tan agradable: un vibrato
demasiado forzado en los finales de frase y una afinación inestable, muy
pronunciada en temas como “To try for the sun” o “Mellow Yellow”. Amén de su ejecución con la guitarra: el
tempo se le iba y los acordes se quedaban, en ocasiones, mudos.
Con lo fácil y satisfactorio que hubiera sido arroparse de una
buena banda de músicos y alguien haciendo los coros para suplir sus carencias
–como hace Sabina, por ejemplo- o, al menos un
guitarrista de primer nivel que resolviera e iluminara el oscuro
escenario. De esa forma hubiéramos podido ver a un gran artista, creador de grandes canciones que forman parte del acervo
cultural de varias generaciones y de las que se han nutrido grandes estrellas
de la música. Pero no fue así. O, al
menos, no del todo.
Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España el 13 de marzo, 2017.