lunes, 16 de septiembre de 2024

Juan Carlos Calderón. ¿Quién eres tú? › Milenio, 2024



Hace algunas semanas que la Editorial Milenio publicó este libro que me llevó años de investigación y, sin embargo, ni siquiera le hice mención ni en mi propio blog. Después de años escribiendo y valorando el trabajo de otros artistas sin ningún reparo, es enigmático y desconcertante el pudor que le entra a una a la hora de hablar de lo suyo. ¡Qué le vamos a hacer! Cada uno es como es. 

Hoy es un día especial porque la prestigiosa revista musical Rockdelux es quien habla de mi libro. Así que no voy a decir nada del contenido de Juan Carlos Calderón ¿Quién eres tú? y aprovecho la ocasión para copiar y pegar el generoso texto que escribe Javier de Diego Romero.  Muy agradecida. 


Mar Norlander. Juan Carlos Calderón. ¿Quién eres tú? › Milenio, 2024

 La figura del compositor que escribe para otros artistas, del autor que no interpreta sus propias canciones, apenas ha despertado interés entre los estudiosos de nuestra música popular, a diferencia de lo que ocurre en los países anglosajones. El trabajo en la sombra de Burt Bacharach, Rod Temperton o Desmond Child ha sido ampliamente recuperado y divulgado, mientras que nombres como Augusto Algueró, Manuel Alejandro o Rafael Pérez-Botija, es de lamentar, permanecen en el olvido. La investigadora asturiana Mar Norlander contribuye a paliar esta desmemoria con el libro Juan Carlos Calderón. ¿Quién eres tú?”, fruto de su reciente doctorado en Historia del Arte y Musicología.

El creador de “Eres tú” salió a la palestra, a inicios de los sesenta, como músico de jazz, género que cultivaría en trabajos tan interesantes como el LP “Bloque 6”, publicado originalmente en 1968 y reeditado en 1996 nada menos que por Blue Note. El motivo por el que pocos años después decidió probar suerte en el pop melódico en calidad de arreglista intrigaba en gran medida a Norlander antes de emprender su investigación; en este sentido, su tesis doctoral lleva por título “Juan Carlos Calderón (1936-2012), el compositor. Una transición del jazz al pop”. En el libro explica que el santanderino tenía la ambición de escribir música para gran orquesta, y eran las discográficas que editaban pop las que contaban con una; fue por ello por lo que se adentró en un estilo que en realidad le disgustaba, aunque merced a “Yesterday” y otras canciones de The Beatles pronto cambiaría de opinión. No obstante, el jazz nunca dejaría de ser su mayor pasión y, de hecho, su huella se aprecia en algunas de sus grabaciones de pop, como el álbum de debut de Cecilia. En este orden de cosas, llaman la atención las invectivas que le dirigieron algunos críticos de jazz por sus colosales éxitos en el pop. Así, en una reseña de su actuación en la edición de 1978 del Festival Internacional de Jazz de San Sebastián, recogida en el volumen de Norlander, leemos lo siguiente: “Desde un principio se palpaba una profunda hostilidad contra el compositor de canciones comerciales, (…) contra el tránsfuga que intenta combinar prestigio y dinero. (…) Ha hecho demasiado y demasiado malo para que un público cualquiera olvide de inmediato los engendros que debidos a su mano nos asaltan desde gargantas tan cantarinas como Sergio y Estíbaliz o Mocedades”.

Además de con el grupo vocal vasco y el dúo que brotó de su seno, Juan Carlos Calderón colaboró con, entre otros, Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat, Massiel, Víctor Manuel, Ana Belén, Paloma San Basilio, Nina, Myriam Hernández, Luis Miguel o Sheena Easton. Norlander ofrece excelentes análisis musicales de las composiciones y arreglos que moldeó para ellos, aunque en algunos casos no del todo accesibles para el lector profano en acordes, tonalidades o compases. También hace hincapié en su faceta de letrista, en unos textos que lo descubren como un talentoso poeta del desamor que exhibe un notable conocimiento de las formas métricas y utiliza diestramente las imágenes metafóricas. Una de sus mayores virtudes, subraya la autora, radica en la facilidad con que se adaptaba a las particularidades de cada cantante; se ponía en la piel de intérpretes tan diversos como por ejemplo Nino Bravo y Raffaella Carrà.

Por supuesto, el libro hace amplia referencia a la participación de Calderón en varias ediciones de Eurovisión y en otros festivales de la canción, pero, meritoriamente, también trata en detalle aspectos de su trayectoria artística a los que rara vez se alude. Hay todo un capítulo relativo a la música que creó para la gran pantalla, cerca de una veintena de bandas sonoras fechadas entre 1966 y 1981. Norlander se detiene extensamente en dos de ellas, la de “Carola de día, Carola de noche” (Jaime de Armiñán, 1969), película destinada a promocionar a Marisol, y la del drama erótico “Las adolescentes” (Pedro Masó, 1975). Se resaltan asimismo sus incursiones en el góspel y otras músicas estadounidenses de raíz, que se encuentran en los primeros discos de Mocedades y en el musical “América negra” (1972); en el sonido Filadelfia, del cual es buen exponente el hit instrumental “Bandolero” –que lo convirtió en referente primordial del género en España–, y la música disco, representada en especial por el álbum “Calderón disco” (1979); y en el rock andaluz, reformulado con maestría en “Soleá” (1978). ¿Y sabían que Calderón fue un mago de los sintetizadores? Compruébenlo escuchando “Verde” y “Tierra”, firmados respectivamente por Víctor Manuel y Ana Belén, dos discos del año 1973 en los que experimenta audazmente con el mellotrón.

Una obra tan brillante, caudalosa y poliédrica como la de Calderón merecía ser reivindicada por un libro como este: muy documentado, riguroso a la par que ameno, de alcance exhaustivo y escrito con esmero. Un estudio, en definitiva, imprescindible para cualquier interesado en la historia de la música popular en nuestro país. 

Por Javier de Diego Romero, para Rockdelux

lunes, 22 de enero de 2024

Ilia Papoian. La pasión y el talento del legado ruso. Notas al programa.

 


Notas al programa del concierto del pianista Ilia Papoian.
Sociedad Filarmónica de Gijón- Teatro Jovellanos, 24 de enero, 2024.

Antón Rubinstein (1829-94), fue el primer pianista que introdujo la música rusa en el
resto del mundo, tras fundar la Sociedad Musical Rusa y crear el Conservatorio de
San Petersburgo en 1862, junto con Theodor Leschetizki, quien definió el espíritu
musical ruso como caracterizado por una técnica prodigiosa unida a una intensa
pasión, una gran fuerza y una vitalidad extraordinaria. Desde ese momento la escuela
pianística rusa se ha convertido en una de las más potentes de la historia.
Es en el Conservatorio de San Petersburgo donde se fraguan las carreras de gigantes
como Scriabin, Tchaikovski y Rachmaninov, tres de los compositores que vamos a
escuchar esta velada, junto con otro de los grandes de la tradición rusa -aunque más
desconocido-, Nikolai Medtner, surgido desde el Conservatorio de Moscú.
Precisamente, también es en el Conservatorio de San Petersburgo donde se sigue
formando el pianista que intentará cautivar a todos los espectadores en este recital
de piano. Y dada la juventud de Ilia Papoian -nacido en 2001-, todo apunta a que
vamos a escuchar a un artista que está tocado por los astros para ser uno de los
grandes pianistas del siglo XXI, pues demuestra una gran valentía al enfrentarse a un
repertorio de osada escritura pianística unida a la tradición de su escuela, a la que
pretende honrar.

Comienza con los 24 preludios, Op.11 de Aleksandr Scriabin (1872 -1915), escritos
entre 1888 y 1896, cuyo carácter es más bien conservador en comparación con el
desarrollo evolutivo del compositor, que pasa desde el romanticismo hasta las puertas
de la atonalidad y el expresionismo, sin dejar a un lado su búsqueda de equivalencias
entre sonido, color y sentimiento. Sin duda, un compositor adelantado a su tiempo
que hubiera disfrutado con las posibilidades de la tecnología actual capaz de darle
vida –aunque sea de manera virtual- a su imaginación sinestésica y convertirla en
múltiples colores.
Aunque su obra orquestal es muy significativa, sin duda, la música para piano es
probablemente lo que más asombró de todo su repertorio. De hecho, a sus partituras
de piano quedaron rendidos músicos como Vladimir Horowitz, Sviatoslav Richter o
Vladimir Ashkenazy, entre otros. Y dentro de su amplio catálogo pianístico, el preludio
-junto con la sonata- es el género que más cultivó, creando alrededor de noventa. La
obra supone un homenaje a los 24 Preludios de Chopin, manteniendo el mismo orden
tonal, alternando los modos mayor y menor y siguiendo el círculo de quintas en orden
de ejecución. En estas veinticuatro miniaturas, desde la primera hasta la última se
aprecia la evolución estética y pianística del compositor, al adquirir nuevas formas de
expresión rítmica, melódica y armónica.
Absténganse de aplaudir veinticuatro veces y mantengan el silencio necesario para
disfrutar de los ecos sonoros que quedan después de cada interpretación de estos
veinticuatro bellos y fascinantes preludios.
De la brevedad de los preludios pasamos a escuchar una larga sonata del compositor
Nikolái Médtner (1880-1951), la Sonata para piano no 9 en La menor, Op.30, cuya
belleza va a la par que su complejidad. Si bien Médtner es el más desconocido de los
cuatro compositores elegidos para el recital, en las últimas décadas hay cierto interés
por rescatar su obra. Buen amigo de Rachmaninov (quien le dedicó su Concierto para
piano no 4) y de Scriabin, el virtuoso pianista pronto se dedicó a la composición,
llegando a crear un gran catálogo que, en líneas generales, se caracteriza por su
excepcional dominio de la forma, profundidad emocional, complejidad técnica y una
gran conexión con la tradición romántico-rusa al incorporar elementos folclóricos
rusos. Inspirado por Beethoven, por quien sentía devoción, de este catálogo destaca
sobremanera la escritura de las sonatas y los cuartetos de cuerda.
La Sonata para piano no 9 fue compuesta en 1914, coincidiendo la plena madurez de
su obra pianística con el inicio de la Primera Guerra Mundial, de hecho es conocida
con el subtítulo “War Sonata”, apuntado por su primer editor. Escrita en un solo
movimiento su sonido es poderoso en ambas manos y son varios los fragmentos que
sorprenden por su inesperada originalidad. La sonata alcanza muchos momentos
sublimes, algunos de ellos dramáticos, como el instante en el que la tonalidad está a
punto de desmoronarse antes de convertirse en alegres repiques de campanas, poco
antes de llegar al clímax. Sin duda, una obra para conocer, apreciar y disfrutar.

Tras la poderosa sonata de Nikolai Medtner toca disfrutar de la miniatura musical
Chant Elegiaque, Op.72 no 14, de Tchaikovsky, más conocido por sus partituras
para ballets y sinfonías y por su pertenencia al Círculo Beliáyev. La habilidad y
versatilidad para crear música expresiva y lírica en un formato más breve queda
patente en la creación de sus “18 Morceaux”, pequeñas joyas en las que cada una
tiene su propio carácter distintivo. Una de las piezas más destacadas por su compacta
armonía y su lirismo es este “Canto elegíaco” que ocupa el número catorce,
interpretado en tempo Adagio y tonalidad Re bemol mayor. Disfruten de cada uno de
los noventa y tres compases que forman esta miniatura de singular belleza lírica.

Y para poner el broche final a este recital cargado de talento y pasión rusa no podía
faltar una de las obras más aclamadas del repertorio ruso, la Sonata para piano no2
en Si bemol menor, Op.36 de Serguéi Rachmáninov, considerado como el último
seguidor del romanticismo ruso y uno de los compositores más influyentes del siglo
XX. Sus obras para piano son piezas muy cotizadas para los pianistas que quieren
posicionarse como solistas y la sonata que escuchamos a continuación es una de las
cimas.
La Sonata para piano no 2, está escrita en tres movimientos interrelacionados y
dedicada a su amigo de la infancia Matvey Presman. En 1913, estando de vacaciones
en Roma escribe su primera versión y la finaliza varios meses más tarde después de
su regreso a Rusia. Corresponde a una etapa de su vida muy creativa, componiendo
varias obras de gran calado. Fue creada en medio de los dos famosos conjuntos de
estudios para piano “Etudes-Tableaux” y compuesta simultáneamente con la sinfonía
coral “Las Campanas Op.35”.
El éxito de la segunda sonata fue rotundo desde su estreno, sin embargo, el autor no
estaba plenamente convencido porque encontraba algunas secciones superfluas y
demasiadas voces moviéndose simultáneamente. En general, la encontró demasiado
larga y durante el verano de 1931 realizó una revisión suprimiendo alrededor de seis
minutos con respecto a la primera versión y reescribiendo algunos pasajes. Fue
publicada con el subtítulo “Nueva versión revisada y reducida por el autor”.
Históricamente, la sonata se encuentra dentro de las obras para piano más
representativas del siglo XX, siendo la primera versión (1913) la preferida por los
pianistas, como es el caso del concierto ofrecido por Ilia Papoian. Difícil hazaña tiene
este pianista tan joven, pues abordar una obra de estas dimensiones exige una gran
madurez y mucha formación pianística para ejecutar correctamente el fraseo, las
dinámicas, el tempo, el uso del pedal, saber destacar la melodía del acompañamiento
con los desplazamientos melódicos continuamente entrecruzados y un sinfín de
detalles técnicos y sonoros que surgen desde los seisillos iniciales de esta gran
sonata. Aunque no es música programática los tres movimientos que la integran
tienen un discurso evocador con un hilo conductor que abarca una amplia tesitura con
una amplitud sonora casi orquestal. ¡Apabullante sonata!
Disfruten de este que promete ser un fascinante recital de obras creadas en su mayor
parte en gélidas tierras de las que, sin embargo, rebosa pasión, talento y emoción a
raudales.

Mar Norlander