Hace algunas semanas que la Editorial Milenio publicó este libro que me llevó años de investigación y, sin embargo, ni siquiera le hice mención ni en mi propio blog. Después de años escribiendo y valorando el trabajo de otros artistas sin ningún reparo, es enigmático y desconcertante el pudor que le entra a una a la hora de hablar de lo suyo. ¡Qué le vamos a hacer! Cada uno es como es.
Hoy es un día especial porque la prestigiosa revista musical Rockdelux es quien habla de mi libro. Así que no voy a decir nada del contenido de Juan Carlos Calderón ¿Quién eres tú? y aprovecho la ocasión para copiar y pegar el generoso texto que escribe Javier de Diego Romero. Muy agradecida.
Mar Norlander. Juan Carlos Calderón. ¿Quién eres tú? › Milenio, 2024
La figura del compositor que escribe para otros artistas, del autor que no interpreta sus propias canciones, apenas ha despertado interés entre los estudiosos de nuestra música popular, a diferencia de lo que ocurre en los países anglosajones. El trabajo en la sombra de Burt Bacharach, Rod Temperton o Desmond Child ha sido ampliamente recuperado y divulgado, mientras que nombres como Augusto Algueró, Manuel Alejandro o Rafael Pérez-Botija, es de lamentar, permanecen en el olvido. La investigadora asturiana Mar Norlander contribuye a paliar esta desmemoria con el libro “Juan Carlos Calderón. ¿Quién eres tú?”, fruto de su reciente doctorado en Historia del Arte y Musicología.
El creador de “Eres tú” salió a la palestra, a inicios de los sesenta, como músico de jazz, género que cultivaría en trabajos tan interesantes como el LP “Bloque 6”, publicado originalmente en 1968 y reeditado en 1996 nada menos que por Blue Note. El motivo por el que pocos años después decidió probar suerte en el pop melódico en calidad de arreglista intrigaba en gran medida a Norlander antes de emprender su investigación; en este sentido, su tesis doctoral lleva por título “Juan Carlos Calderón (1936-2012), el compositor. Una transición del jazz al pop”. En el libro explica que el santanderino tenía la ambición de escribir música para gran orquesta, y eran las discográficas que editaban pop las que contaban con una; fue por ello por lo que se adentró en un estilo que en realidad le disgustaba, aunque merced a “Yesterday” y otras canciones de The Beatles pronto cambiaría de opinión. No obstante, el jazz nunca dejaría de ser su mayor pasión y, de hecho, su huella se aprecia en algunas de sus grabaciones de pop, como el álbum de debut de Cecilia. En este orden de cosas, llaman la atención las invectivas que le dirigieron algunos críticos de jazz por sus colosales éxitos en el pop. Así, en una reseña de su actuación en la edición de 1978 del Festival Internacional de Jazz de San Sebastián, recogida en el volumen de Norlander, leemos lo siguiente: “Desde un principio se palpaba una profunda hostilidad contra el compositor de canciones comerciales, (…) contra el tránsfuga que intenta combinar prestigio y dinero. (…) Ha hecho demasiado y demasiado malo para que un público cualquiera olvide de inmediato los engendros que debidos a su mano nos asaltan desde gargantas tan cantarinas como Sergio y Estíbaliz o Mocedades”.
Además de con el grupo vocal vasco y el dúo que brotó de su seno, Juan Carlos Calderón colaboró con, entre otros, Luis Eduardo Aute, Joan Manuel Serrat, Massiel, Víctor Manuel, Ana Belén, Paloma San Basilio, Nina, Myriam Hernández, Luis Miguel o Sheena Easton. Norlander ofrece excelentes análisis musicales de las composiciones y arreglos que moldeó para ellos, aunque en algunos casos no del todo accesibles para el lector profano en acordes, tonalidades o compases. También hace hincapié en su faceta de letrista, en unos textos que lo descubren como un talentoso poeta del desamor que exhibe un notable conocimiento de las formas métricas y utiliza diestramente las imágenes metafóricas. Una de sus mayores virtudes, subraya la autora, radica en la facilidad con que se adaptaba a las particularidades de cada cantante; se ponía en la piel de intérpretes tan diversos como por ejemplo Nino Bravo y Raffaella Carrà.
Por supuesto, el libro hace amplia referencia a la participación de Calderón en varias ediciones de Eurovisión y en otros festivales de la canción, pero, meritoriamente, también trata en detalle aspectos de su trayectoria artística a los que rara vez se alude. Hay todo un capítulo relativo a la música que creó para la gran pantalla, cerca de una veintena de bandas sonoras fechadas entre 1966 y 1981. Norlander se detiene extensamente en dos de ellas, la de “Carola de día, Carola de noche” (Jaime de Armiñán, 1969), película destinada a promocionar a Marisol, y la del drama erótico “Las adolescentes” (Pedro Masó, 1975). Se resaltan asimismo sus incursiones en el góspel y otras músicas estadounidenses de raíz, que se encuentran en los primeros discos de Mocedades y en el musical “América negra” (1972); en el sonido Filadelfia, del cual es buen exponente el hit instrumental “Bandolero” –que lo convirtió en referente primordial del género en España–, y la música disco, representada en especial por el álbum “Calderón disco” (1979); y en el rock andaluz, reformulado con maestría en “Soleá” (1978). ¿Y sabían que Calderón fue un mago de los sintetizadores? Compruébenlo escuchando “Verde” y “Tierra”, firmados respectivamente por Víctor Manuel y Ana Belén, dos discos del año 1973 en los que experimenta audazmente con el mellotrón.
Una obra tan brillante, caudalosa y poliédrica como la de Calderón merecía ser reivindicada por un libro como este: muy documentado, riguroso a la par que ameno, de alcance exhaustivo y escrito con esmero. Un estudio, en definitiva, imprescindible para cualquier interesado en la historia de la música popular en nuestro país.