Concierto del cuarteto "Proyecto Sonora" en el Teatro de la Laboral, 19 de noviembre del 2023.
Programa "Escuchar para ver"
L.V.Beethoven...............Gran Fuga
op.133
Miklos Rozsa.................Temas
sobre Ben Hur*
Bernard Herrmann.........Temas
sobre Vértigo y Psycho*
Samuel Barber...............Adagio del
cuarteto op.11
Serguei Prokofiev.........."Field
of the death" de Alexander Nevsky, op.78
Carlos Gardel................."Por
una cabeza" **
Jerry
Book......................"Little bird" de El violinista en
el tejado*
Leonard Berstein............"
María" de West side story***
L.V.Beethoven.................Cavatina del
cuarteto nº13, op.130
* arreglos de Jorge Magaz
**arreglo de Proyecto Sonora
*** arreglo de Thorp
NOTAS AL PROGRAMA
"Vamos al cine"
“La Gran
Fuga no solo es la obra más grande
de Beethoven sino, también, la pieza más portentosa de toda la historia de la
música”, expresaba Glen Gould a propósito de la obra que abre el programa del
concierto ofrecido por el cuarteto “Proyecto Sonora”, cuya finalidad es acercar
al espectador algunas de las obras que han marcado un hito en la historia de la
música y el cine.
La
película que evoca la obra sin parangón es Copying Beethoven, dirigida por la
polaca Agnieszka Holland y protagonizada por Ed Harris (Beethoven) y Diane
Kruger en el papel de la copista Anna Holtz. El film se centra en los últimos
años de la vida del compositor cuando estaba inmerso en la creación de la Novena Sinfonía y se permite ciertas
licencias de ficción que, lejos de desvirtuar la biografía del de Bonn consiguen
enfatizar ciertos aspectos del drama por el que atraviesa en su etapa de
composición más compleja. Es en esta etapa cuando surge la Gran Fuga Op. 133, una obra que desafía el sentido de la
belleza. La película logra transmitir toda esa complejidad que envuelve a la
composición a través del diálogo entre la copista Anna Holz y el maestro tras
mostrar los primeros esbozos:
-Lo que pretendo
es abrir la música a lo feo, a lo visceral. Sólo se llega a lo divino desde las
tripas del hombre […].
-“Lo siento
maestro, no la entiendo”, responde Anna Holtz.
-Claro que no la
entiende. No hay nada que entender, hay que experimentar estas obras. Es un
nuevo lenguaje que estoy inventando para hablar de la experiencia del hombre
con Dios. De mi experiencia de Dios.
Cuando
Beethoven estaba componiendo la Novena
Sinfonía el príncipe ruso Nicolás Galitzine le encarga la composición de
varios cuartetos de cuerda, llegando a crear cinco obras de este género entre
1823 y finales de 1826. La Gran Fuga
surgió como el sexto y último movimiento del Cuarteto número 13 en Si bemol mayor, Op. 130, dedicado a su
mecenas y alumno, el archiduque Rodolfo de Austria y terminado en octubre de
1825. Beethoven quiso crear un final para el cuarteto con una fuga de gran
expresividad que integrase los temas de los movimientos anteriores. Este final quedó
enorme en dimensiones, siendo su duración mayor que la suma de los cinco
movimientos. Fue estrenado por el “Cuarteto Schuppanzigh” el 21 de marzo de
1826 y cada movimiento obtuvo un gran éxito, reclamando repetición de cada uno
de ellos por parte del público, sin embargo, la fuga final fue objeto de todo
tipo de críticas y desprecios, incluso entre los más afines al de Bonn, pues,
su enorme complejidad y extensión antecedía a sonoridades más contemporáneas.
Beethoven se mostró indignado ante tales críticas por la falta de comprensión,
sin embargo, animado por su editor (la buena propina ejerció su influencia)
accedió a escribir otro movimiento final más convencional para el Op. 130, que significó su última
composición. A pesar de ello, viendo el valor que tenía este movimiento como
obra por sí misma la convirtió en una obra independiente e incluso escribió una
adaptación para piano a cuatro manos.
Beethoven
era un apasionado de las fugas y en su catálogo encontramos insertadas algunas
importantes, como en las Variaciones
Diabelli, la Sonata Hammerklavier,
la Misa Solemnis o la mismísima Novena Sinfonía, por citar solo algunas
de sus obras más emblemáticas. Consciente de que
la obra se escapaba de todos los cánones establecidos y que no era una fuga sin
más la tituló la Gran Fuga (Grosse Fuge), situando la partitura en plena música contemporánea. Está
organizada en tres partes comenzando con una obertura en compás de 6/8 y
tonalidad en Sol mayor hasta llegar al Si bemol, tonalidad principal. La fuga en sí contiene varias fugas internas
por lo que la convierte en una obra compleja, hasta el punto de crear
controversia entre los analistas actuales. La obertura es poco melódica con
saltos abruptos y aparece la primera fuga en la que se mezclan dos temas de
forma violenta y disonante. Sigue otra fuga con un tercer tema en la que se
mezcla todo el conjunto. También tiene lugar una sección intermedia más lenta
donde los temas se diluyen hasta que aparece una tercera fuga con variaciones,
todo entretejido hasta llegar al apoteósico final. En definitiva, una obra cuya
belleza no es fácil de captar en la primera escucha, pero con tiempo y
dedicación resulta sublime.
Más fácil resulta la escucha de fragmentos de Ben-Hur, segundo elección
del concierto. En 1934 Arthur Honegger introduce a su amigo y también
compositor Miklós Rózsa (1907-1995) en la música cinematográfica y en poco
tiempo adquiere una larga experiencia como creador de bandas sonoras. Durante
el rodaje de la nueva versión de El ladrón de Bagdad estalla la Segunda Guerra Mundial y Rózsa junto con todo el equipo del
rodaje se trasladan a Estados Unidos. El compositor húngaro fija su residencia
en Hollywood y dedica su vida a la composición de bandas sonoras en paralelo a
sus creaciones sinfónicas. Obtiene su primer Óscar en 1945 por Recuerda (Spellbound), dirigida por
Alfred Hitchcock. En 1959 el compositor estaba en la cúspide de su
carrera cuando acepta el encargo de crear una banda sonora para Ben Hur, una
superproducción sin precedentes que cambiaría la historia del cine para siempre.
Dirigida por William Wyler y protagonizada por Charlton Heston, la película no
escatimó en gastos para narrar una historia épica ambientada en la Roma Clásica
y el nacimiento del Cristianismo. Rózsa se enfrentaba a la dificultad de
saber qué tipo de música sonaba en la
época de los romanos o los hebreos, pues sólo se conservan fuentes
iconográficas y éstas aportan una información muy limitada. La creación de la
música para películas como Quo Vadis?
(1951) o Julius Cesar (1953) habían marcado el precedente que Rózsa
completará en Ben Hur y establecerá un estilo que servirá de molde para todos
los compositores posteriores a la hora de crear “música de romanos”. En
realidad, su estilo gira en torno al orientalismo propio de la música nacional
húngara, aquella música con la que había crecido y experimentado tras haber
estudiado a fondo la tradición de Bartók o Kodály. Una idea magistral e
irrebatible pues nadie puede negar que esta música, cargada de exotismo para
los oídos occidentales, encaje a la perfección con la idea de sonoridades de la
época de los romanos. Rózsa aplicó cerca de una veintena de temas creados para
diferenciar las identidades de los personajes (cristianos, judíos, romanos,
macedonios…) y plasmar los ambientes de la época en la que transcurre este
film. Miklós Rózsa elabora una de las partituras más largas creadas para un
film (dos horas y media de música) y nace así una ejemplar y oscarizada banda
sonora que marcará un hito en la historia del cine. El cuarteto Proyecto Sonora
interpreta varios temas extraídos de Ben-Hur con arreglos de Jorge Magaz.
En 1960, después del éxito de Ben-Hur se estrena otro icono del cine, Psicosis,
una de las películas de terror y angustia más espeluznantes, creada por el
genio del suspense Alfred Hitchcock. A ello contribuyó sobremanera el
compositor estadounidense Bernard Herrmann. De hecho, una vez terminado el
rodaje de Psicosis Hitchcock no quedó
satisfecho y apostó por acortarla y convertirla en una película para
televisión. Fue Herrmann quien le pidió que se tomara unas vacaciones mientras
componía la música y cuando Hitchcock la visionó, esta vez arropada por una música
cargada de profundidad emocional, quedó todo lo impresionado que se puede
permitir un genio frío, obsesivo y poco dado a las manifestaciones efusivas,
según lo describe el cineasta francés François Truffaut, en su libro El cine según Hitchcock. Desde el
escalofriante preludio de los créditos la música avanza envolviendo a los
personajes en una atmósfera opresiva que vaticina un final nada optimista.
Quizás, lo más recordado es la mítica escena del asesinado de Janet Leigh en la
ducha, donde Herrmann despliega toda la brillantez de las cuerdas en un
chirriante ostinato de violines para asestar cerca de cincuenta puñaladas a la
víctima, aunque en realidad el cuchillo solo perfora el cuerpo nueve veces. Esa
es la magia de la música de cine, capaz de ayudar a ver al espectador lo que no
está ocurriendo en la pantalla.
Dos años antes (1958) Hermann había
colaborado con Hitchcock en la composición de la BSO de Vértigo, creando uno de
los temas más románticos de su filmografía con el fin de ilustrar la relación
que viven James Steward y Kim Novak. Este romance está salpicado por disonancias
que definen la compleja historia de amor y muerte de los protagonistas, hasta
desencadenar la escena final cuya transformación se convierte en una de las
músicas “románticas” más crueles y obsesivas del cine.
El director Arturo Toscanini encumbró la
obra Adagio
for Strings de Samuel Barber (1010-1981) tras su grabación y emisión
radiofónica a través de la NBC en 1938, sin embargo, es el cine el causante de
perpetuar su fama y darle nuevos significados. Samuel Barber, un compositor que
fusiona la tradición nacionalista americana y la europea, con una profusa
formación vocal (de ahí la capacidad melódica), compuso la obra inicialmente
como segundo movimiento del Cuarteto de
Cuerdas Op. 11 y fue considerada como una de las obras más tristes y bellas
de todos los tiempos. Esa atracción no pasó desapercibida para algunas de las
secuencias más significativas de la historia del cine, como es el caso de El
aceite de la vida (1992),
dirigida por George Miller y protagonizada por Susan Sarandon y Nick Nolte.
Basada en hechos reales, narra la historia de un niño al que le detectan una
enfermedad neurológica degenerativa para la que no existe tratamiento. El Adagio se hace presente de forma
incidental a partir del instante en que los padres del niño reciben el terrible
diagnóstico y la música, además de colaborar en el efecto raccord conectando escenas, cumple una función empática reforzando
la emoción y contribuyendo a situar al espectador en la piel de unos padres
desesperados y desolados.
La fuerza expresiva de la obra es la base
de toda la BSO de Platoon (1986), película bélica dirigida por Oliver Stone que
plantea una visión humana de la infernal guerra de Vietnam. La belleza del Adagio cobra un especial protagonismo en
diferentes secuencias, quizás la más significativa el brutal asesinato del
sargento Elías Grodin huyendo del ejército vietnamita. El logro de la escena
está en evitar la saturación del oído del espectador y sustituir la cantidad de
explosiones, disparos y gritos que se suponen en la pantalla por la música,
intensificando el drama de manera espectacular.
La misma música cobra un significado
ambiguo en El hombre elefante (1980),
película firmada magistralmente por David Lynch y protagonizada por Anthony Hopkins y Sir John Hurt en el papel de
John Merrick, un hombre sensible y afectado por enormes deformidades físicas
que desde su nacimiento se ve sometido constantemente a las burlas y el
maltrato físico y emocional. Es en la última secuencia cuando la pieza de
Barber arropa a un John Merrick consciente de que ha llegado el final de su
vida, aunque fortalecido al alcanzar la paz, el respeto y el amor del prójimo. El
Adagio anuncia el triste final en el
momento más dulce de la vida del protagonista y genera en el espectador
emociones contradictorias y, sobre todo, invita a la reflexión.
En 1936, con el dictador soviético Stalin
en el poder y la amenaza nazi a las puertas surge el encargo de crear una
película con el fin de ensalzar los valores rusos y poner de manifiesto el
peligro del avance de los nazis. Nace así Alexander Nevsky, una película basada en la historia de un príncipe medieval que consiguió derrotar a los caballeros teutones en su
intento de avanzar sobre Rusia. La película se convierte en una de las
primeras y más importantes fusiones entre música y cine y los responsables son Prokófiev
y Eisenstein, dos hijos pródigos de la antigua Unión Soviética. Durante los dos
años que duró el rodaje la amistad latente entre
cineasta y compositor dio lugar a un trabajo de mutualismo total y
sincronización entre música e imagen. La partitura de Prokófiev es una de las
joyas del cine más estudiadas, con secuencias en las que la música fue escrita
después del montaje y viceversa, pues hay secuencias en las que los planos
están montados en función de la cadencia de la música grabada. A pesar de ello,
la precariedad de la grabación de sonido de la época se vio desfavorecida en el
momento de las primeras proyecciones en Moscú. Por ello, Prokófiev decidió adaptar gran parte
de la partitura en una cantata para mezzosoprano, orquesta y coro en siete
movimientos que rápidamente se convirtió en una de las piezas canónicas de la
música clásica del siglo XX. “Proyecto Sonora” ha seleccionado de esta
partitura el sexto movimiento, Field of the Death, el único creado
para la intervención de la voz de mezzosoprano junto con la orquesta.
Continúa el programa con un cambio de
registro para escuchar uno de los de tangos más famosos de toda la historia, Por
una cabeza. La canción fue compuesta por Carlos Gardel con letra de
Alfredo Le Pera en 1935 y grabada pocos meses antes de que autor y letrista
perdieran la vida en un accidente de aviación en Colombia. El título se refiere
a las carreras de caballos cuando la victoria es muy ajustada y se vence por
una cabeza y la letra describe un romance apasionado a base de metáforas, jugando
con el doble sentido de perder en las apuestas “por una cabeza” y perder la
cabeza por una mujer. Desde su estreno tuvo un importante éxito y la muerte de
Gardel contribuyó a ello. Si bien existen versiones cantadas y adaptadas por
numerosos artistas difíciles de cuantificar, su versión instrumental es la que
más notoriedad ha alcanzado. Siempre de manera diegética aparece en varias
películas convirtiendo el tema en un recurso estético que sirve de base a un
juego de seducción y poder. En la gran pantalla hemos visto bailar el tango a
actores y actrices de distintos registros, desde Arnold Schwarzenegger en Mentiras Arriesgadas a Oskar Schindler
en la oscarizada producción de Steven Spielberg, pasando por Al Paccino o Colin Firth junto a
Cate Blanchett, siempre recreado como un juego erótico y picaresco.
El programa continúa con dos piezas
extraídas de dos musicales estrenados en Broadway y convertidos posteriormente
en películas. El primero es un tema
titulado Little Bird perteneciente
al musical El violinista en el tejado (Fiddler
on the Roof), con música compuesta por el estadounidense Jerry Book. Se
estrenó en el Teatro Imperial de Broadway en septiembre 1964 y continuó hasta
1970 con más 3200 representaciones, batiendo todos los records teatrales y
obteniendo numerosos premios. El musical
es una adaptación de Joseph Stein sobre un relato muy popular de Scholem Aleiche
titulado “Las hijas de Tevye”, cuya acción se desarrolla en Anatevka, un
pequeño pueblo ruso a principios del siglo XX, antes de la Revolución. Tevye es
un humilde lechero que vive con su mujer y cinco hijas en edad de casarse y para
mantener sus tradiciones, según la costumbre judía elige esposos para sus
hijas, sin embargo, ellas se rebelan. En 1971 el director Norman Jewison
convierte el musical en un película, obteniendo un enorme éxito y premiada con
tres Óscar. La calidad de la partitura propició que John Williams grabara un
disco con los veinte números musicales que contiene la obra, contando con la
participación del violinista Isaac Stern.
Diez Premios Óscar se llevó West
Side Story, el segundo musical al que hace referencia “Proyecto Sonora”,
interpretando María, uno de los temas
más emblemáticos de esta obra basada libremente en la historia de Romeo y Julieta con música de Leonard
Bernstein, libreto de Arthur Laurents y letras de Stephen Sondheim. La
interpretación de María requiere un alto nivel de expresividad para sacar todo el
partido a esta partitura exigente, sobre todo en cuanto a dinámica.
Cierra el programa de nuevo la música de
Beethoven y en esta ocasión se interpreta la Cavatina perteneciente al
Cuarteto
número 13, Op. 130 al que se
hacía referencia al inicio del programa, pues se trata del quinto movimiento
que en un principio precedía a la Gran
Fuga. Su construcción melódica en forma de lied tripartito la convierte en
una pieza lenta y emocionante con una gran intensidad expresiva en la que las
cuerdas parecen tener pulmones para respirar.
En definitiva, “Proyecto Sonora” ha
seleccionado un programa exigente que abarca diferentes técnicas y estilos
musicales cuyo hilo conductor tiene su origen en la proyección de la gran
pantalla. Es el momento de sentarse ante el escenario para disfrutar de la
música y dejar volar la imaginación.
Por Mar Norlander