jueves, 11 de octubre de 2018

Sutra: más que danza

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Ciclo “Danza Xixón 2018”. Sutra- Sidi Larbi Cherkaoui & Sadler's Wells London.
Teatro jovellanos, martes 9 de octubre.


“Sutra” es un espectáculo que no deja indiferente. No es solo una exhibición de saltos
y movimientos de gran dificultad realizados por casi una veintena de acróbatas  y un niño
como protagonista. Sutra cuenta una historia de vivencias y de forma de entender el mundo
espiritual de los monjes Shaolín, que gira en torno al espacio privado y colectivo de cada
individuo. Sutra no es solo una danza más, es un espectáculo que atrapa y provoca reflexión.
El Teatro Jovellanos inauguró el ciclo “Danza Xixón” con “Sutra”, idea de Sidi Larbi Cherkaoui,
uno de los mejores coreógrafos de la danza contemporánea actual, que lleva más de diez
años ofreciendo este espectáculo por todo el mundo. Cuenta el propio coreógrafo que creó
la danza a petición de los propios monjes y se inspiró en el personaje de Bruce Lee. La
puesta en escena resulta atractiva por los contrastes de luces en torno a ocres y grises y
por las dieciséis cajas de madera -creadas por el artista británico Anthony Gormley-, que
bien hacen las veces de muros, de ataúd, de camas, de puertas de un templo o de tablero
de ajedrez. Todo para dar lugar a la meditación o narrar escenas de la vida privada y pública
de un grupo de individuos. Los espacios cambian muy rápido, sin dar lugar al aburrimiento.
En cuanto a los danzantes, alternan la fuerza y rapidez de las katas de kung-fu con
movimientos suaves y fluidos en una representación de la naturaleza y del mundo animal
(serpientes, grullas, batalla de escorpiones, etc).
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Para completar la puesta en escena escuchamos una composición de Simón Brzóska
tocada en directo por cinco músicos -percusión, trío de cuerdas y piano-, parapetados
detrás de un telón semitransparente, permitiendo así vislumbrar a los ejecutantes pero
sin poder despistarse de lo que está ocurriendo en el escenario central, es decir, la danza.
La creación musical es de gran calidad, destacando las intervenciones de violín que
exprimen las posibilidades sonoras del instrumento. También hay dulces lamentos del
chelo, melodías de piano acompañadas y, sobre todo, ritmos de percusión acompasados
con el golpeo de las cajas en el suelo y alaridos de los bailarines que provocan la subida
de adrenalina del público. Curioso es el fragmento en que se arrastran las cajas por el
suelo reproduciendo la sonoridad de una corriente de agua.  La composición musical
preciosa y bien ejecutada, sin embargo, nada que ver con el mundo oriental: la sonoridad
es totalmente contemporánea occidental, en su mayoría elaborada con escalas tonales;
lo más cercano al continente asiático que se escucha es algún pasaje que podríamos ubicar
en los países del este de Europa. No deja de ser una forma de establecer puentes de
conexión entre dos mundos, a priori, totalmente distantes.

En definitiva, un espectáculo que merece la pena ver y escuchar, para luego reflexionar.

Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España

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