Lo que más
lamento del vertiginoso éxito de Rozalén es que me temo que en poco tiempo ya
no vamos a poder escuchar sus canciones en teatros tan acogedores y con tan
buena acústica como el de la Laboral de Gijón, y tendremos que ir a disfrutar
de su arte a recintos más grandes, como pabellones de deportes y similares,
cuya acústica es espantosa. Es lo que pasa ahora cuando queremos escuchar a
Sabina o Serrat, por ejemplo. Con solo tres discos en el mercado la cantante manchega arrasa por donde va. Agota las
entradas en muy poco tiempo y sus adeptos crecen de forma exponencial, así que
no tardará en llegar el día en que sus promotores quieran aumentar el negocio y
abastecer la demanda de público. Y es que Rozalén representa el relevo
generacional de los cantautores citados: tiene frescura, humildad, madurez,
elegancia, buena música y un discurso que pellizca y va directamente a nuestras
venas.
Tras la
estupenda y corta actuación de los teloneros Alberto & García llegó la
cantautora con “La puerta violeta”, cuya letra representa un portazo a la
violencia machista. También se acordó de las víctimas del cáncer con “Vivir” y
reivindicó la recuperación de la memoria histórica dedicando una canción a su
tío abuelo “Justo”, un gran tema que terminó con un bombazo de timbal que nos
trasladó a la escena de los acontecimientos. Su discurso y su interpretación
levantaron una sonora ovación. Repitió la fórmula del concierto del año pasado
en el mismo recinto, subiendo a un montón de niños al escenario para cantar “La
canción de las Hadas”, creando un momento entrañable y aplaudiendo a los padres
que llevan a sus hijos a los conciertos.
También contó de nuevo con la presencia de su amiga y gran cantante de
tonada Marisa Valle Roso y en esta ocasión interpretaron “Ser como soy”. Juntas
una delicia, aunque también me hubiera gustado volver a escuchar la versión de
“Llorona” que hicieron en el anterior concierto.
La puesta en
escena, con la banda en pleno y la coreografía de Beatriz Romero
traduciendo todas las letras al lenguaje
de los signos –para que llegue a todo el mundo- resulta muy agradable. Pero si
por algo lamento que Rozalén siga creciendo y se vaya a actuar a pabellones de
deportes es porque nos perderemos, entre otras cosas, muchos matices y
dinámicas contrastantes que su banda esgrime en cada tema. Para muestra los
arreglos de “Berlín” a medio camino entre bolero y habanera, los matices del delicioso piano en “La
Belleza” -compuesta por Aute-, las notas pedales de “Será mejor” o la exquisita
interpretación del tema de Violeta Parra “Volver a los 17”, con golpes de
timbal a modo de latidos y arpegios de
guitarra, creando la base para las melodías del
acordeón. También destacaría la
difícil métrica de las percusiones en “El hijo de la abuela”, sobre las que se
apoya una armonía sobresaliente y una melodía con estupendos fraseos. Etcétera,
etcétera. Todos estos detalles no se perciben en un recinto capaz de acoger a
8.000 personas, salvo que esté diseñado para ello y, por desgracia, en Asturias
no hay.
Por todo esto, asumo
que soy egoísta y que no quiero que Rozalén crezca más. Quiero que se quede
como está y que solo podamos disfrutar en cada concierto las 1.200 personas que
llenaron la Laboral.
Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España
No hay comentarios:
Publicar un comentario