Joaquín Sabina en su gira “500 noches para una crisis”. Jueves, 17 de abril. Palacio de Deportes
Adolfo Suárez.
“En Macondo comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar
de volver”, dice la letra de “Peces de Ciudad”, pero Joaquín Sabina
miente. Dijo que “Gijón no es cualquier sitio”, puesto que algunos de sus
mejores conciertos y, desde luego, las mejores juergas las pasó aquí. A
Macondo no volvió, eso se lo deja a Gabriel García Márquez y sus personajes, pero
a Gijón sí. Por lo tanto miente, porque en Gijón fue feliz y vuelve a
repetir una vez más para el delirio de los miles de espectadores que
abarrotaron el recinto y para desgracia de otros tantos que se quedaron sin
entrada al poco de ponerlas a la venta. Yo tengo claro que Joaquín Sabina
es uno de los peores cantantes que tenemos en España y no creo que nadie
le admire por el desagradable sonido que sale de sus cuerdas vocales. Pero
también tengo claro que Sabina es uno de los más grandes poetas que se han
parido en nuestra tierra. Un maestro del verso y de la prosa, único e
irrepetible.
Dicho esto no me apetece seguir hablando del cantautor, ya está todo dicho,
pero sí hacer referencia a sus músicos, porque el oficio de Sabina
no es vender libros (aunque hay unos cuantos). Vende música, compuesta y
arreglada por musicazos con mayúsculas que, como él mismo dijo, “no son
mercenarios de la música” contratados para una gira concreta, son sus
compañeros de viaje durante muchos años, pues “conviven, ríen y lloran”
con el poeta. Son su “familia”.
La banda que acompaña al cantautor
es la élite de los artistas que figuran en los créditos de las carátulas
de los discos con letra pequeña. Sus nombres y sus caras no ocupan
portadas de tirada nacional ni acuden a programas de televisión de máxima
audiencia. Es más, probablemente una gran mayoría de los seguidores del
espectáculo no conozcan sus nombres, pero sin ellos ni el propio Joaquín
Sabina ni otros muchos como Ana Belén, Víctor Manuel, Luz Casal, Miguel
Ríos...estarían donde están.
Jaime Asúa, Pancho
Varona, Pedro Barceló, Mara Barros, José Miguel Pérez Sagaste y Antonio García
de Diego, son esa élite que conforma la gira que lleva por título “500
noches para una crisis”. Cada uno de ellos se merece un espacio más amplio que
éste y un reconocimiento de primer nivel, más allá de portadas de revistas o de
periódicos. Son músicos de grandes recursos, capaces de triplicar la
sonoridad de una simple acorde de Do Mayor y de extraer de sus
instrumentos las vísceras y el alma para alimentar los oídos de los melómanos
más exigentes. Por ello quiero dejar reflejada mi admiración por todos
ellos y en especial por el guitarrista,
pianista y compositor Antonio García de Diego. Un crack, al igual que el
poeta, único e irrepetible.
Crítica de Mar Norlander para La Nueva España
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