Ópera Madama Butterfly. Teatro
Jovellanos. Viernes 13 de Marzo
¡Por fin! La ópera llega
a Gijón para satisfacer a un público ansioso de vivir uno de los espectáculos
más complejos de llevar a cabo, principalmente por la cantidad de recursos
necesarios para una puesta en escena de poco más de dos horas. En este
caso se rescata una de las óperas más
conocidas del verismo, una bella partitura cargada de emoción y dramatismo del
italiano Giacomo Puccini, al que los compositores especializados en el séptimo
arte le estarán eternamente agradecidos, pues ha servido de inspiración para
multitud de películas del género dramático y romántico.
Minimalismo y austeridad
definen la puesta en escena de una producción alemana (del Teatro
Magdeburgo) bajo la dirección escénica
de Olivia Fuchs, optando por trasladar
la acción a mediados del siglo XX. Se
abre el telón y ante nuestros ojos un
escenario totalmente blanquecino con plataformas de distintas
alturas y tamaños que sirven para desarrollar la trama. La idea no es mala, no están los tiempos para
grandes derroches. Además, las
diferentes alturas ofrecen al público una mejor visión de todos los personajes
y las acciones que se desarrollan, aunque cause cierta incomodidad al devenir
de algunos actores. De las ideas de Olivia Fuchs, aunque capto su intención, no acabo de encajar la colocación de la nevera tipo retro años 50’ a partir del
segundo acto. Para mi gusto le dio un
punto hortera a los decorados. Lo más
destacable de la puesta en escena es la iluminación, a cargo de Alfonso Malanda,
siendo capaz de crear distintos ambientes para enfatizar distintas acciones, en
especial el momento del “coro a bocca chiusa” con los farolillos
de colores. Muy bonito.
En el aspecto musical, la
soprano Carmen Solís estuvo convincente en su papel protagonista desde el
primer instante, tanto en la interpretación artística como en la vocal. En el primer acto fue capaz de asumir la inocente personalidad de
una geisha adolescente entregada al amor idílico hacia el teniente Pinkerton,
plasmando esa inocencia en una interpretación vocal con finura y delicadeza en los pasajes más pianísimos y con brillo y
limpieza en los fortes. También convenció a partir del segundo acto, pues poco a poco la ilusión del amor de Cio Cio San hacia el
teniente se ve golpeada por la cruda realidad.
Madame Butterfly (o mejor dicho madame Pinkerton) sumida en la pobreza, cuenta
solo con la compañía de su hijo y de su criada Suzuki, pero aún conserva la
ilusión por el regreso de su marido y le
canta a Suzuki el aria “Un bel dì vedremo”
(un bello día veremos). Carmen Solís es capaz de abordar el aria más conocida
de la ópera con una mezcla de pasión, nostalgia y tristeza, hilando nota por nota la melodía con una gran
expresividad vocal, sin caer en el dramatismo recurrente y logrando un buen
empaste con la orquesta. La particella
de la soprano es compleja y requiere gran resistencia porque abarca mucho
registro y principalmente distintas emociones, desde la más ilusa e inocente
hasta la más dramática y trágica. Carmen
Solís supo afrontar cada una de ellas con gran profesionalidad.
No puedo decir lo mismo del protagonista
masculino. Eduardo Aladrén asume el papel de F.B. Pinkerton con luces y abundantes
sombras. El tenor se lució en muchas
frases de intensidad media y tenue en las que pudimos apreciar su belleza
tímbrica, pero se dosificó en exceso y le faltó fuerza, siendo continuamente imbuido por la orquesta en los pasajes fortes y “devorado” por otros personajes
secundarios en los dúos y tríos. Tampoco supo culminar el “Vogliatemi bene” con el que se cierra el primer acto, cuando
Pinkerton y Butterfly tienen su primera noche apasionada, pues,
faltó el Do de pecho final quedándose en un Si (casi bemol). Aunque suene a frase hecha en este caso es literal.
Me quedo con la curiosidad de verle en otros papeles y asegurarme de que
un día malo lo puede tener cualquiera.
Es necesario destacar la estupenda actuación de
algunos personajes secundarios, en especial el cónsul americano “Sharples” a
cargo del barítono Manuel Lanza, interpretado con gran tesón,
elegancia y firmeza. El bajo, Víctor García-Sierra, en el papel del “tío Bonzo” también estuvo a
la altura de las circunstancias.
La Orquesta Oviedo Filarmonía dirigida por
José María Moreno hizo un buen trabajo,
luciéndose en las partes instrumentales y sirviendo de apoyo a los
cantantes cuando era preciso. La sonoridad que se proyecta desde el foso del Teatro
Jovellanos no es espectacular, por cuestiones físicas, así que no se puede pedir más.
Mar Norlander para el periódico La Nueva España.
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