Recital de piano de Tamar
Beraia, organizado por la Sociedad Filarmónica de
Gijón. Teatro Jovellanos. Miércoles 25
de marzo, 2015.
Puntual y con presencia
impecable, la georgiana Tamar Beraia se presenta en el Jovellanos dispuesta a
ofrecer un recital que aborda piezas magistrales del repertorio pianístico del
siglo XIX y principios del XX. Su
aspecto frío, con escasos movimientos físicos ante el imponente piano,
contrasta con la expresividad y la pasión que concentra en sus dedos capaces de
extraer delicados pianísimos y estruendosos fortes.
Inicia el recital con Nocturno
Op. 9 Nº 1de Chopin, una composición con claras reminiscencias estéticas de los
nocturnos de John Field, creador del término. La exquisita interpretación deja
claro que es una pianista de altos vuelos capaz de cumplir los vaticinios de
los más especializados cuando afirman que en pocos años se convertirá en figura de primera línea, a
la altura de María Joao Pires, Martha Argerich o nuestra Alicia de la Rocha. Pocos
segundos de pausa necesita para concentrarse y enlazar las diferentes piezas
que incluye el programa, cada una de
ellas con características muy
particulares. Así, tras la magnífica
interpretación de dos temas de Tschaikowsky
aborda el segundo movimiento de la Sonata para piano nº 3 de Brahms,
cuya composición nos recuerda a algunos pasajes de Beethoven.
Si
alguna imprecisión pudimos captar a lo largo de una hora fue en el “Estudio
trascendental nº 11, Armonías de la
tarde” de Franz Liszt, una endiablada composición que se encuadra entre las más difíciles de la
historia del piano, quedando algunos
fraseos un tanto turbios en manos de
Tamar, pero poca cosa. Seguidamente, con gran acierto, nos traslada al siglo XX con una de las tres piezas que componen
“Estampes” de Debussy, “La soirée dans
Grenade”, cuyo impresionismo cargado de atmósferas
melancólicas y vaporosas se inspiran en
Andalucía y a la que Falla hizo referencia en múltiples ocasiones. Seguimos escuchando impresionismo pero con
particularidades diferentes, pues es el
turno del movimiento “Le Gibet” de la obra “Gaspard de la nuit”. Aquí se evidencia la afición de Ravel por los
relojes con una partitura que oscila entre un tic-tac constante y preciso y unas melodías sugerentes cargadas
de armonías de inspiración más americana. Muchas obras de jazz juegan con estas
cadencias.
Dejamos
Francia y nos trasladamos a las múltiples influencias que conforman el estilo
personal del húngaro Béla Bartók, con dos piezas en las que el piano se
convierte en un instrumento de percusión
con ritmos agitados y complejos. Tamar realiza una interpretación precisa a la par que delicada y
sutil. Para no romper la magia presente nadie del público se atreve a respirar
más fuerte de la cuenta o a moverse de sus butacas por temor a un crujido
inesperado. Cierra el programa con el sugerente Nocturno Op. 62, Nº 1 de Chopin
y el público le reclama con insistentes aplausos un bis. Agradecida, nos regala una magnífica
interpretación de la “Danza ritual del Fuego” de Manuel de Falla. Con esta obra talmente parece que la sangre
española corre por sus venas.
Crítica para el periódico La Nueva España
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