Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias, 9 de Abril. Teatro Jovellanos de Gijón.
Director: Perry So
Estaba ansiosa por poder ver a nuestra sinfónica interpretar una obra
escrita en el siglo XXI. No es que sea la primera vez, pero es tan poco
frecuente escuchar composiciones contemporáneas que llama la atención. Que
conste que la calidad interpretativa de toda la orquesta es más que sobrada
para abordar cualquier repertorio que se les ponga por delante, por lo tanto,
si buscamos culpables ¿es la dirección? ¿es el público? ¿la taquilla? Por otro
lado ¿qué hacen las instituciones impasibles ante más de medio aforo del
Jovellanos vacío y sin gente joven cuando tenemos un conservatorio, escuelas de
música, un instituto con bachiller artístico y miles de jóvenes que estarían
encantados de vivir una experiencia como esta por un precio simbólico? La media
de edad de los asistentes es de “cincuenta y bastantes”, pero esta reflexión la
dejamos para otra ocasión más propicia, si acaso.
Ahora vamos por partes. Un programa que contemple sólo obras del XXI o de
la segunda mitad del XX es impensable para un público muy apegado al repertorio
decimonónico. Pues bien, optando por lo seguro el concierto se inició con
el Op. 52 de Schumann, una preciosa obra romántica, de carácter “liviano y
cordial”, en palabras del propio compositor, ya que la escribió “en un estado
de ánimo verdaderamente feliz”. Un ensayo más hubiera sido apropiado para
lograr una buena ejecución por parte de la orquesta bajo la dirección de Perry
So. El Finale estuvo bastante bien, pero en el Scherzo y sobre todo en la
Obertura hubo momentos bastante turbios y confusos, faltos de definición y
claridad.
Seguidamente es el momento para la esperada obra del joven Guillaume
Connesson, uno de los compositores actuales que más sorprende, pues sus
influencias abarcan desde una gran parte de los discípulos de la
irrepetible maestra Nadia Boulanger -incluidos sus alumnos de la vanguardia
americana -, hasta los sonidos más orientales, sin olvidar a Debussy o a los
románticos europeos.
Todo esto es perceptible en sus
composiciones y, concretamente en “Une lueur dans l’âge sombre” hay mucho de
Messiaen, Debussy, Copland, Adams, etc. La introducción de la obra, escrita en
un solo movimiento, comienza con un pianíssimo en el grave que representa el
vacío, del cual emerge un destello que poco a poco se va transformando,
mediante silencios, glissandos, notas tenidas y distintas melodías, hasta que
se convierte en una cegadora luz. La representación del vacío resultó
perfecta por parte de la orquesta, y al mismo tiempo estropeada por el
cuchicheo de algunos espectadores que, o bien no se habían percatado del
comienzo de la obra o no encontraron otro momento más adecuado para contarse
sus intimidades. Tras un toque de atención por parte de otro espectador
pudimos sumergirnos en un paisaje sonoro cósmico, en el que se van
superponiendo melodías hasta alcanzar el clímax en plena luz, para
volver a desaparecer en el vacío. El musicólogo Alejandro G. Villalibre
hace una magnífica descripción en las notas al programa de la OSPA. Recomiendo
su lectura para la comprensión de la obra, por lo tanto, sólo me queda reflejar
la magnífica interpretación de la orquesta guiada por la excelente
dirección del carismático Perry So. Un lujo para mis oídos.
Tras el descanso,
volvemos al siglo XIX para cerrar el programa con la tercera sinfonía de
Brahms. Sólo comentar que desde el motivo inicial del primer movimiento
hasta el pianissimo final -que termina de nuevo con el motivo inicial-,
todo estuvo en su sitio para cerrar el círculo de manera impecable, tanto
por parte de la orquesta como de la dirección de Perry So, cuya simpatía y
saber hacer se ganó una gran ovación de los pocos presentes.
Crítica de Mar Norlander para el diario La Nueva España
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