Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias. Coro de la
Fundación Princesa de Asturias.
Concierto extraordinario de Semana Santa en el Teatro Jovellanos. Jueves, 26 de Marzo.
La Sinfónica de Gijón se
murió lentamente, por motivos ajenos a la música y sin réquiem, pero la OSPA
está más viva que nunca. Tan viva que es
capaz de abordar una de las grandes obras maestras de todos los tiempos: “Un
réquiem alemán” Op. 45 de Johannes Brahms. Una obra independiente y al margen
de la liturgia, ya que se trata de un réquiem más humano que religioso, basado
en pasajes de la biblia luterana, cuyos textos seleccionados hablan de
serenidad ante la muerte y esperanza ante el futuro.
Otros han escrito música de
réquiem pero hay tres obras maestras que destacan: Mozart, Brahms y Verdi
(el de Berlioz también es grandioso).
Los tres (o cuatro) escritos por motivos espirituales diferentes, tres
maneras de abordar el tema de la muerte que distan en las formas pero se
igualan en el sentido de la reflexión. Por ello, ante una obra de tal
envergadura el trabajo de Rossen Milanov, no consiste sólo en saber
puntillosamente las notas y las partes
de cada instrumento, es necesaria una conexión
con Brahms a través de la armonía, el texto y el contexto en que se desarrolla.
Sin batuta y siempre con gestos elegantes logra extraer de la orquesta y del
coro el potencial requerido con
magnífico resultado para darle a la obra ese sentido de reflexión, a través de dinámicas contenidas y exentas de
grandilocuencia. Tan sólo pequeños desajustes rítmicos entre la cuerda y el
coro en algunos pasajes evidencian la dificultad de coordinar a tanto personal
encima de un escenario.
El inicio se produce en la cuerda grave sobre la que planea el coro
suavemente, en contraste con el segundo movimiento, donde los violines cobran
protagonismo dialogando entre fortes y pianos con el coro que exclama un canto
a la alegría: “La alegría y el gozo se
apoderarán de ellos, y el dolor y el llanto desaparecerán”. El barítono
Kresimir Strazanak, con elegancia y sutileza inicia el tercer movimiento expresado
de forma íntima, para culminar con una complicada fuga de carácter barroco al
más puro estilo de Bach, pues Brahms es conocedor de los estilos que encumbran
al sacro imperio como cuna de los grandes géneros que preceden al romanticismo.
Muy correcta la interpretación del cuarto movimiento en el que el coro y la
sección de viento-madera son los
protagonistas. María Espada interviene en el quinto movimiento, el cual varias
tesis clarifican que está dedicado a la madre del compositor de forma
idealizada, pues el texto dice “Os consolaré, como una madre consuela a su
hijo”. Creo que la soprano no logró transmitir esa delicadeza “ideal”, pues su timbre y su fuerza encajan
mejor en otros repertorios.
El sexto movimiento, el más largo,
es de gran complejidad técnica. El barítono y el coro a través de
fuertes cambios contrastados exclaman el fin de la muerte y posteriormente la
victoria de la vida sobre la muerte. Este movimiento culmina con una magnífica
interpretación de la gran fuga coral y orquestal barroca, esta vez más
próxima a Hendl.
“Bienaventurados
sean los muertos que mueren en el Señor”,
cantado por el coro cierra esta obra maestra con la misma intensidad con
que comenzó, es decir suavemente, pues todo es cíclico y en las cuestiones
espirituales aún más. Final reconfortante que invita a unos
segundos de recogimiento y reflexión. El
silencio no dura mucho pues pronto es interrumpido por un espectador con ganas
de aplaudir y al que todos le seguimos.
Daba igual, el silencio ya estaba
roto, además es muy comprensible ya que
la magnífica interpretación de todos los presentes en el escenario se merece
una buena ovación.
Mar Norlander para el periódico La Nueva España.
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