Teatro
de la Laboral de Gijón. Viernes 27 Marzo.
Reconozco que nunca he
sido muy seguidora de Joan Báez. Woodstock, el movimiento hippie, activismo pro derechos humanos, feminismo,
guerra de Vietnam, etc., son hechos ajenos a mis vivencias, bien porque no
había nacido o porque era muy niña. El famoso “No nos moverán” que
dedicó en 1977 a la “Pasionaria” en su
primera visita a España comenzó a formar parte de mi acervo musical posteriormente, gracias a “Chanquete” en “Verano
Azul” y alguna misa parroquial de mi infancia, pero sin captar la importancia
de su significado. Así son las cosas. También
reconozco que en mi adolescencia si me hablaban de Joan Báez me causaba el
mismo efecto que Lola Flores, Bob Dylan, Pete Seeger o Joan Manuel Serrat, es
decir, reliquias del pasado del gusto de
mis mayores, pero no del mío, pues mis “rebeldes” eran otros.
Es cuestión de tiempo que
acabes reparando en alguien que perdura
con tanto respeto por su trabajo
y por sus convicciones firmes. Poco a
poco aprendes a valorar todo aquello que simboliza, a apreciar la belleza de
las melodías que compone o que rescata, y sobre todo a conectar el mensaje de
sus letras con los acontecimientos históricos que suceden al margen de la
música, pues en esto destaca la cantante. No hace mucho leía una noticia que contaba que Joan Báez se
había subido a un árbol para evitar la
expropiación de una granja urbana en Los
Ángeles ¡Pero si tiene que ser anciana!-
me decía. La Wikipedia no lo desmentía. Aun
así, no dejan de ser asuntos sociales que enternecen pero que musicalmente no
me tocan el alma.
El concierto de Gijón es
la oportunidad para comprobar quién es Joan Báez fuera de los libros y de los
vídeos. Su primera lección es que ser anciana o no es una cuestión de actitud
ante la vida y no de carnet de identidad. Ante nuestros ojos una sencilla joven
madura de 74 años, con el pelo blanco y
con una fuerza interior que irradia tanta energía que llena el escenario solo
con su presencia y su guitarra. En cuestiones acústicas
la ecualización, el volumen, brillo, reverb,... todo en su justa medida para
crear el “sonido perfecto” tan ansiado en los conciertos. Su particular “Big-band” la forman: el genial Dirk Powell que sabe sacarle el
jugo a cada uno de los muchos instrumentos que toca (banjo, mandolina,
guitarra, piano, acordeón, violín, etc.), el percusionista Gabriel Harris parapetado con
congas, djembé, cajón y varios artilugios de percusión menor para imprimirle el
ritmo necesario a cada magistral melodía, y por último la joven Grace Stumberg,
con un precioso timbre de estilo folk
que le hace coros en varios temas y canta alguna estrofa en solitario. No
es una Big-band al uso pero como si lo fuera, pues no se echa de menos ningún
timbre o registro sonoro diferente de lo
que hay. Y allí me vi sumergida en un espacio en el que el tiempo se detuvo
durante hora y media, dando y cantando “Gracias a la vida” (y de paso a La
Nueva España), “Donna donna” o “No nos moverán” (sin recordar a Chanquete),
aplaudiendo y, sobre todo, absorbiendo
la grandeza de una auténtica y generosa gran dama, cuyo reconocimiento popular es más que
merecido. Ahora ya puedo decir que una
noche Joan Baéz me tocó el alma y que siempre seré su fan.
Mar Norlander para el periódico La Nueva España.
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