Recital de piano de Juan Barahona. Ciclo “Jóvenes valores de la música” de
la Fundación Museo Evaristo Valle, sábado, 9 abril, 2016.
El reclamo publicitario pregonaba: la temporada de música de cámara de la
Fundación Museo Evaristo Valle recibe a uno de los más talentosos pianistas de
su generación. No era una exageración o estrategia comercial. Juan
Barahona posee sin duda un talento excepcional. Talento sí, pero arropado
por infinitas horas de estudio y de trabajo hasta lograr depurar su técnica y
sobre todo su expresividad a un nivel que, a mi juicio, no corresponde con su
edad. El pianista fue ambicioso al escoger obras tan alejadas entre sí por la
variedad de lenguajes, como la Sonata para piano no. 9 de Mozart o las “Tres
Danzas Argentinas” de Alberto Ginastera; nada que ver. También sonaron las
“Escenas del Bosque” op. 82 de Robert Schumann y dos bellísimas piezas de
Albéniz de carácter impresionista: La Vega y Azulejos.
El recital se inició con Mozart y los tres movimientos fluyeron con
corrección tanto en lo estructural como en lo melódico. Barahona abordó la
segunda obra escogiendo las nueve piezas de piano “Escenas del Bosque”, una
obra programática compuesta por Schumann en uno de los periodos depresivos de
su vida. Fue en la tercera escena de la obra, “Flores solitarias”,
cuando Barahona captó mi atención por su sensibilidad y su capacidad para ir al
fondo emocional de la obra. Si bien la interpretación de la octava escena “Canción de caza” parecía
más confusa volvió a sobresalir en la “Despedida”, una escena bellísima que
finaliza con un largo calderón. Los aplausos tardaron en arrancar por el estado
emocional en que sumió al medio centenar de asistentes, pero llegaron y se
notaron. Su forma de interpretar es exquisita, aunque la acústica de la sala no
favorecía todo el potencial: el salón se queda pequeño para dar libertad a la
gran sonoridad que extrae Barahona en los pasajes fortes.
Tras una pausa el pianista inicia la segunda parte agradeciendo la asistencia y aportando algunos datos para contextualizar las obras que se escuchaban. Es de agradecer que Barahona haya escogido “La Vega”, una pieza puente entre dos estéticas diferentes de Albéniz muy poco interpretada y “Azulejos”, obra inacabada que Enrique Granados se encargó de completar a la muerte de Isaac Albéniz. Para cerrar el recital Barahona escogió las “Danzas argentinas, op. 2” de Ginastera, una obra pianística de tres piezas que evocan a tres danzas propias de la cultura nacional, comenzando por la “Danza del viejo boyero”, basada en una danza conocida como Malambo, cuyo peculiar baile del zapateo supo reflejar Ginastera en una complejidad métrica con acompañamiento acéfalo en tempo allegro. Barahona no titubeó en la interpretación siendo capaz de extraer toda la bella sonoridad que proporciona la combinación bitonal en ambas manos. Si en la “Danza de la moza donosa” pudimos apreciar de nuevo la capacidad expresiva y emocional del pianista la “Danza del gaucho matrero” fue sorteada con impecable técnica y gran musicalidad. Sin duda, la interpretación de la obra de Ginastera fue la mejor del recital.
Crítica de Mar Norlander para La Nueva España
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