La voz de Bustamante
mejora en cada nueva gira —y ya van más de veinticinco desde que debutó en
“Operación Triunfo” con apenas diecinueve años—. Su repertorio también
avanza cuando deja a un lado los reguetones y esa amalgama de pseudoritmos
latinos que poco aportan a una de las voces populares más potentes del panorama
urbano español. Su nuevo disco, “Inédito”, reúne mejores canciones, arreglos
más cuidados y una personalidad reforzada, fruto de una madurez artística
previsible en alguien cuya capacidad vocal nunca estuvo en duda.
Sin embargo, todas
esas composiciones, matices y detalles que ensaya minuciosamente junto a su
sólida banda para los directos se pierden en recintos cubiertos por carpas de
plástico completamente cerradas, como es el caso del Gijón Arena. Bustamante es
un cantante que vocaliza con claridad, pero en esta ocasión apenas se entendían
las frases.
Un aspecto positivo
fue que el recinto no estaba abarrotado, algo poco habitual, y eso permitió
moverse con libertad en busca del mejor sonido. En ciertos puntos -muy escasos-
se encontraba un equilibrio suficiente para disfrutar de sus alardes vocales, de
los coros de Olaya Salazar o del talento de sus músicos.
Más allá de los
problemas sonoros, Bustamante volvió a mostrarse cercano y afectuoso con su
público y no escatimó entrega vocal.
Entre las nuevas composiciones que presentó destacaron el momento acústico
de “Derramando verdad” y “Soy capaz”. Y además de presentar los temas inéditos,
recurrió a clásicos como “Devuélveme la vida”, “Dos hombres y un destino” o “No
soy Superman”, habituales en sus giras.
En definitiva,
Bustamante puso la voz y la energía, la banda aportó el trabajo minucioso y la
carpa se encargó de reinterpretar a su manera todo el conjunto, añadiendo un
filtro sonoro que deslució el esfuerzo artístico y convirtió el concierto en
una experiencia parcialmente frustrante… salvo que, con el precio de la
entrada, uno solo busque la experiencia visual.
Crítica publicada en La Nueva España





