ROSALIA & RAÚL REFREE. Teatro de la
Laboral, sábado, 17 de febrero.
Llama la atención
el poder de convocatoria que tiene la cantante Rosalía junto con el productor y
músico Raúl Refree con un sólo disco en el mercado. Los dos solos y en
acústico consiguieron llenar la butaca del Teatro de la Laboral con una
propuesta de cante flamenco pop muy contemporánea. Rosalía no es un fenómeno de
masas (el flamenco nunca lo fue), pero
consigue llegar a una importante minoría que manifiesta cierta adicción a su
voz y a su forma peculiar de cantar cosas sobre la muerte. Porque de eso trata el disco “Los Ángeles”,
de cantes en torno a la muerte. Y el público que asiste a su espectáculo no es
el arquetipo de recitales de otros artistas flamencos más consagrados, es un
público mucho más joven y perteneciente a variopintas tribus urbanas. Me preguntaba
si era capaz de convencer en un concierto en directo y creo que la respuesta es
sí, de hecho fue un éxito, pero con matices.
Las letras tan
profundas y desgarradas y el aspecto frágil de Rosalía contrastan -y mucho- con
su corta edad y su gran voz. Dicen los viejos cantantes de blues que para
transmitir y llegar al alma hay que
haber experimentado lo que se canta. Dudo que esta catalana de menos de un cuarto de siglo haya vivido todas
esas experiencias sobre la muerte. Y sin
embargo, cuando canta temas como “Catalina” o “Nos quedamos solitos”, entre
otros, nos lo creemos. En cuanto a su
voz: tiene un timbre dulce (más propio de adolescente), pero con una afinación
perfecta, tanto en notas mantenidas como en los melismas y requiebros, tiene una
gran tesitura y mucha expresividad. Es una voz grande.
Entrando en
matices. Su puesta en escena es excesivamente minimalista: los dos están
sentados la mayor parte del tiempo y sin interacción con el público, de hecho
ella no dice nada (excepto gracias), sólo canta. El guitarrista Raúl Refree es un gran productor musical, pero técnicamente está un poco limitado con las seis cuerdas y, aunque hay
acompañamientos originales -el obstinato de “Aunque es de noche” o el ritmo de
“Te venero”, por ejemplo-, resulta un poco monótono. Por otro lado, el
concierto duró apenas una hora, incluyendo el tiempo que se perdía en afinar la
guitarra y los bises; es demasiado escaso para alguien que se molesta en pagar
una entrada y desplazarse hasta el recinto.
Por lo tanto, creo que esta propuesta musical merece la pena y mucho,
pero falta limar ciertos detalles.
Posiblemente cuando tenga más discos en el mercado y se acompañe de más
músicos en el escenario será la bomba.
Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España
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