14 años han pasado desde el estreno de Calle 54, un film de Fernando Trueba cuyo principal protagonista es la música de jazz en sí misma y que, al contrario que la gran mayoría de las películas, es la imagen la que está subordina a la música. Solo en este aspecto me recuerda a las películas de cine ruso de principios del siglo XX (principalmente Eisenstein), en el que se rodaban escenas para fragmentos musicales previamente concebidos, dándole a la música un protagonismo importante. A priori puede parecer que no hay narrativa en Calle 54 y, por lo tanto, no es una película sino un documental sobre el jazz latino, sin embargo es ambas cosas. Es documental porque sus personajes existen antes y después de la filmación, pero también es película puesto que hay una estructura deliberada por parte del director y hay una presencia musical que queda enmarcada dentro del film y no se puede extrapolar. O sí, pero ya no es la misma música. Basta escuchar cualquier grabación en CD de un mismo tema que ha sido interpretado en Calle 54 y podremos observar que no suena igual, puesto que las circunstancias de la interpretación han variado, por lo tanto esa música queda enmarcada dentro de la película y sólo en ella.
La calidad de la grabación del sonido es sublime y la elección de los músicos por parte del director es incuestionable. Quizás podían estar otros, pero es innegable que todos los que están se han ganado con creces el podium entre los mejores músicos de latin-jazz. Trueba la define como película-documental cuyo principal protagonista es la música de jazz y concretamente el jazz latino. El propio director nos relata en su libro la importancia de este género y lo que le hace diferente del resto, matizando la idea de que el jazz se ha convertido en “una música para músicos”, pues el jazz fue inicialmente una música popular bailable (Trueba 2000: 10).
Paquito de Rivera y su disco Blowin’ (1981), fue quien provocó la adicción de Fernando Trueba al jazz latino: quizás por ello inicia el film con el saxofonista y su obra “Panamericana”. Además de Paquito de Rivera la película está protagonizada por Eliane Elias, Chano Domínguez, Jerry y Andy González, Michel Camilo, Gato Barbieri, Tito Puente, Chucho Valdés, Chico O’Farrel y su orquesta, Bebo Valdés, Orlando “Puntilla” Ríos y Nueva Generación, y The Fort Apache Band que acompaña a Jerry González con los créditos finales. Entre todos ellos interpretan 13 temas magistrales, algunos escogidos por los propios autores y otros por sugerencia de Fernando Trueba, acompañados cada uno por sus músicos habituales.
Relatado (un poco por encima) lo que podemos ver en Calle 54 (si es que alguien no la ha visto), me quiero detener en algo que me ha llamado la atención recientemente ( y eso que la he visto montones de veces, por trozos y entera). La grabación en el estudio con Eliane Elias. A ver si soy capaz de contarlo de manera tan sutil como conduce las imágenes el propio director.
Considerada la primera dama del piano brasileño en el jazz, interpreta para Calle 54 el tema “Samba triste” del compositor Baden Powell. “Me gustó tanto…, me pareció perfecto para mí”. La filmación, a través de 6 cámaras, se produce en un entorno de luz mucho más cálida que el resto de artistas, diseñado por el director de fotografía, “creando una atmósfera de sutil elegancia e intimidad, donde la música puede fluir a su aire” (Trueba 2000: 17).
La pianista está acompañada por su marido el contrabajista Marc Johnson, que formó parte de la banda de Michel Camilo a finales de los 80, y el batería de origen japonés Satoshi Takeishi, formado en el Berkley College of Music de Boston (Massachusetts). Es presentada por el director como “la elegancia del jazz latino”. La utilización de planos detalle de Eliane por parte de Trueba es constante, pero en esta ocasión no sólo es de sus manos en el piano, o de sus expresiones faciales fruto de una interpretación apasionada (al igual que hace con el resto de artistas), sino que busca resaltar la sensualidad y el erotismo de la pianista a través de movimientos lentos de la cámara que descansan en su boca, pelo, hombros, piernas,... destacando los planos medios laterales donde podemos percibir su perfil y su pecho. Uno de los planos más llamativos es el que se produce justo después del clímax de la improvisación de Eliane, que comienza con un plano detalle sobre el pie descalzo de la pianista (suele actuar descalza), la cámara sube lentamente, dibujando la escultural silueta de la artista hasta encontrarse con sus brazos y por prolongación con sus manos sobre el piano. El director constantemente ralentiza movimientos de la cámara que van desde sus manos, pasando por el pecho y acabando en su cara, que poco tienen que ver con el fluir de la música interpretada por Eliane Elías, produciéndose una relación de contraste entre lo visual y lo musical.
Esta es mi apreciación.Fuentes:
TRUEBA, Fernando. Calle 54: El libro de la película. Sgae, Ediciones y Publicaciones, Madrid, 2000.
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