viernes, 15 de abril de 2016

Juan Barahona, joven pianista de gran madurez.



 
Recital de piano de Juan Barahona. Ciclo “Jóvenes valores de la música” de la Fundación Museo Evaristo Valle, sábado, 9 abril, 2016.

El reclamo publicitario pregonaba: la temporada de música de cámara de la Fundación Museo Evaristo Valle recibe a uno de los más talentosos pianistas de su generación.  No era una exageración o estrategia comercial. Juan Barahona posee sin duda un talento excepcional. Talento sí, pero  arropado por infinitas horas de estudio y de trabajo hasta lograr depurar su técnica y sobre todo su expresividad a un nivel que, a mi juicio, no corresponde con su edad. El pianista fue ambicioso al escoger obras tan alejadas entre sí por la variedad de lenguajes, como la Sonata para piano no. 9 de Mozart o las “Tres Danzas Argentinas” de Alberto Ginastera; nada que ver. También sonaron las “Escenas del Bosque” op. 82 de Robert Schumann y  dos bellísimas piezas de Albéniz de carácter impresionista: La Vega y Azulejos.

El recital se inició con Mozart y los tres movimientos fluyeron con corrección tanto en lo estructural como en lo melódico. Barahona abordó la segunda obra escogiendo las nueve piezas de piano “Escenas del Bosque”, una obra programática compuesta por Schumann en uno de los periodos depresivos de su vida.  Fue en  la tercera escena de la obra, “Flores solitarias”, cuando Barahona captó mi atención por su sensibilidad y su capacidad para ir al fondo emocional de la obra. Si bien la interpretación de  la octava escena “Canción de caza” parecía más confusa volvió a sobresalir en la “Despedida”, una escena bellísima que finaliza con un largo calderón. Los aplausos tardaron en arrancar por el estado emocional en que sumió al medio centenar de asistentes, pero llegaron y se notaron. Su forma de interpretar es exquisita, aunque la acústica de la sala no favorecía todo el potencial: el salón se queda pequeño para dar libertad a la gran sonoridad que extrae Barahona en los pasajes fortes.

Tras una pausa el pianista inicia la segunda parte agradeciendo la asistencia y aportando algunos datos para contextualizar las obras que se escuchaban. Es de agradecer que Barahona haya escogido “La Vega”, una pieza puente entre dos estéticas diferentes de Albéniz muy poco interpretada y “Azulejos”, obra inacabada que Enrique Granados se encargó de completar a la muerte de Isaac Albéniz. Para cerrar el recital Barahona escogió las “Danzas argentinas, op. 2” de Ginastera, una obra pianística de tres piezas que evocan a tres danzas propias de la cultura nacional, comenzando por la “Danza del viejo boyero”,  basada en una danza conocida como Malambo, cuyo peculiar baile del zapateo supo reflejar Ginastera en una complejidad métrica con acompañamiento acéfalo en tempo allegro. Barahona no titubeó en la interpretación siendo capaz de extraer toda la bella sonoridad que proporciona la combinación bitonal en ambas manos. Si en la “Danza de la moza donosa” pudimos apreciar de nuevo la capacidad expresiva y emocional del pianista la “Danza del gaucho matrero” fue sorteada con impecable técnica y gran musicalidad.  Sin duda, la interpretación  de la obra  de Ginastera fue la mejor del recital.
Crítica de Mar Norlander para La Nueva España

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