Ópera “Nabucco” de Giuseppe Verdi. Teatro Jovellanos, viernes 11 de marzo, 2016.
Orquesta Oviedo Filarmonía y Coro de la Ópera de Oviedo.
Dirección musical: Gianluca Marcianò
Dirección de escena: Emilio Sagi
Diseño de escenografía: Luis Antonio Suárez
Diseño de vestuario: Peppispóo S.L.
Diseño de iluminación: Eduardo Bravo
Dirección del coro: Elena Mitrevska
Diseño de vestuario: Peppispóo S.L.
Diseño de iluminación: Eduardo Bravo
Dirección del coro: Elena Mitrevska
Es tan escasa la programación de óperas en Gijón que el público aficionado
responde con ansiedad a las citas. Lleno total para ver “Nabucco”, la
tragedia lírica en cuatro actos que encumbró al maestro Verdi en 1842 y
que perdura hasta el momento como una de las óperas más representadas.
Para esta ocasión el director de escena Emilio Sagi optó por una
concepción atemporal, puesto que la trama -basada en luchas de poder,
ambiciones, intrigas, envidias, etc.- es vigente en todo momento. Sagi había
dicho en diversos medios que su planteamiento para esta ópera era “un canto a
la libertad del que haremos una lectura moderna con estética muy bonita”.
Sin duda la estética en el escenario fue bonita y elegante. Con
austeridad, sin demasiados elementos decorativos logró situar al público en las
diferentes escenas a base de luces, sombras, espejos y cortinajes con colores
vivos entre grises, rojos y dorados (habituales en sus producciones). La
iluminación sobresaliente. Lo peor de la puesta en escena fue el
vestuario. El del coro más o menos podía librar pero el de los protagonistas no
conseguí encajarlo con la decoración y menos con el texto.
En cuanto a lo vocal, el desafiante papel de Nabucco requiere un fuelle
bien dotado y una tesitura un poco más aguda de lo habitual sin perder los
graves característicos de un barítono y Damiano Salerno salvó el papel de forma
aceptable. Con gran protagonismo en el acto IV supo extraer toda la
sensibilidad que requería la solemne y recogida aria “Dio di Giuda” despejando
así mis dudas sobre su calidad vocal, ya que en ocasiones su potencial fue
tapado por la orquesta y el coro. Lo mismo le pasó al tenor Enrique Ferrer en
el papel de Ismael: bonita voz pero falto de potencia, quedando
totalmente absorbido en los tríos con la soprano y la mezzo y con el coro. Más
empuje, aunque de forma irregular, consiguió el bajo Ernesto
Morillo destacando de forma notable en la cabaletta del primer acto. Pero lo
más sobresaliente, en cuanto a lo vocal se refiere, fueron sin duda las
voces femeninas y el coro. Fenena, la hija de Nabucco tiene poco protagonismo
vocal durante toda la ópera y hubo que esperar al acto IV, donde Verdi le
regala el aria “Oh, dischiuso è il firmamento”, para ver a María Luisa Corbacho
desplegar un potencial que anunciaba desde el primer momento que salió a
escena. La mezzosoprano está dotada de una gran voz capaz de afrontar papeles
más exigentes. La voz más destacada fue la de la soprano Maribel Ortega
encarnando a Abigaille, para la que Verdi concibió una partitura endiablada,
por su amplio registro, su intensidad dramática y por la infinidad de matices
que requiere salvar una soprano de coloratura. Maribel estuvo excepcional
en el papel de principio a fin, y más excepcional, si cabe, en el aria “Ben io
t’invenni...Anch’io dischiuso un giorno” del segundo acto. Sin duda la mejor
voz de la ópera.
Meritorio es el trabajo de Elena Mitrevska en la dirección del coro, cuyo protagonismo en esta ópera es indiscutible. Desde el principio al fin, pasando por el popular “Va pensiero” -que varios asistentes pasaron ganas de entonar- el coro estuvo espectacular en homogeneidad, en afinación, en potencia cuando la partitura lo requería, en expresividad y en empaste con la orquesta logrando un perfecto equilibrio de volúmenes y dinámica. Tan solo en algunos pasajes rápidos el coro se quedaba un poco por detrás de la orquesta, quizás porque Gianluca Marcianò optó por llevar la batuta con un tempo un poco más rápido de lo habitual. Salvo este matiz la dirección de Gianluca fue magnífica y la interpretación de la Orquesta Oviedo Filarmonía magistral. El espectáculo se llevó una merecida ovación y eso que el público operístico gijonés no es muy dado a muestras de mucho calor.
Crítica de Mar Norlander para La Nueva España, publicada el 13-03-2016
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