lunes, 22 de junio de 2015

El Circo de los Sentidos/ “Madre África”.

Un espectáculo multicolor con ritmos africanos

Teatro Jovellanos, domingo, 31 de mayo.

El “más difícil todavía” fue constante a lo largo de todo el espectáculo ofrecido por el Circo de los Sentidos. Su propuesta, “Madre África”, nos trasladó  al continente mediante una amalgama de sonidos, ritmos y sensaciones multicolores que cubrió el Teatro Jovellanos durante la tarde del domingo. Para empezar seis artistas dan la bienvenida con un canto espiritual bailando alrededor de seis talking drums gigantes, mientras los percusionistas tocan djembés y tambores africanos. Una banda llamada “Inafrika Band” formada por siete músicos mezcla ritmos africanos con armonías occidentales y ambienta el transcurrir de diversos números circenses, comenzando con una virtuosa del hula-hop y un equilibrista sobre  una escalera demasiado delgada y demasiado alta. Pero hay mucho más: dos chicas tumbadas en unas sillas que hacen bailar barriletes de madera  al ritmo de la banda y del canto de otras tres chicas, un contorsionista con articulaciones de goma capaz de girar todo el cuerpo (¡de infarto!), malabarismos con múltiples pelotas a ritmo del “Wanna be startin’ somethin’” de Michael Jackson, equilibrios cada vez más altos en una tabla apoyada sobre artilugios imposibles de sostenerse, piruetas, saltos, etc.
  
También hay varios números en los que el protagonismo se lo lleva la música y el baile.  Muy colorista quedó la danza salvaje de patadas extremas y movimiento de culo tipo “dança do creu” que se marcó el cuerpo de baile mientras otros cantaban y proferían gritos bereberes, logrando la complicidad con el público que no dejaba  de dar palmas a ritmo de los percusionistas. Muy bonito quedó el número en el que una chica toca una kalimba gigante colgada del cuello con forma de cesta mientras canta una especie de nana. Más intriga causó el número en el que una especie de  saco recorre el escenario con movimientos muy rápidos mientras otros bailan, talmente parecía que había algún sistema motorizado  debajo del saco, pero el misterio no se desveló hasta el final. Y, por supuesto, no había motor.

Después de los equilibrios de un adulto y un  niño con huesos de silicona llegó el final con todos los artistas encima del escenario, ataviados en multicolor,  cantando y bailando la parte más africana del “Waka waka”  y haciendo una pequeña exhibición de sus habilidades.  “Celebration” de Earth, Wind and Fire y “Gonna Be All Right” de Bob Marley ambientaron el jolgorio final en el que los artistas bajaron a bailar entre las butacas e invitaron a subirse al escenario a algunos espectadores.


Pero los números presentados en sí no son nada nuevos, salvo algunas danzas todos los hemos visto en múltiples ocasiones. Lo que tiene de particular este circo es el sentido de comunidad.  Todos son protagonistas y cuando no lo son hacen las funciones de ayudantes, todos participan en la danza y en el canto porque todos conciben el espectáculo como una unidad en la que cada uno tiene que dar lo mejor de sí mismo, transmitiendo alegría, simpatía y ganas. Porque en eso consiste el circo.
Crítica de Mar Norlander para La Nueva España

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