jueves, 30 de abril de 2015

La danza argentina vuela alto.

El Ballet Nacional de Argentina en el Teatro Jovellanos.
Dirección general y artística: Iñaki Urlezaga
Viernes 11 de Abril

La gira del Ballet Nacional de Argentina no dejó a nadie indiferente a su paso por Gijón.  La joven compañía, con poco más de un año de rodaje,  supo escoger un repertorio que une calidad y comercialidad para hacer su presentación internacional.  Su programa alterna coreografías creadas por la élite de la danza, como Mikhail Fokine, Marius Petipa o Frederick Ashton, junto con  otras de coreógrafos más actuales como Giusseppe della Mónica o el propio director de la compañía Iñaki Urlezaga. Para la puesta en escena se optó por decorados sencillos y efectistas, con una  excelente iluminación que supo dar el color apropiado a cada interpretación.

La primera parte se abrió con “Chopiniana”, una coreografía creada por Fokine inspirándose en Glazunov e Isadora Duncan, sobre música de Chopin no escrita para danza (Chopin nunca escribió música para ballet).  Una danza que en su día fue muy innovadora, tanto por la distribución espacial como por la diferente jerarquización de papeles protagonistas.   El cuerpo de baile  se movía con soltura y bastante  precisión y los pequeños errores se suplieron con el entusiasmo y las ganas propias  de una compañía joven que arranca con mucha ilusión.
Tras un breve descanso varios números solistas fueron alternándose, entre ellos destacamos “Claro de Luna” con música de Debussy y “La muerte del cisne” del compositor Camile Saint-Saens y coreografía de Fokine. La coreografía de Iñaki Urlezaga sobre la escena de la muerte de “La Traviata” fue la que más impacto causó a los asistentes, todo un desafío sobre una música concebida para la ópera. El primer bailarín Matías Iaconiani causó sensación entre los y las asistentes.  El resto de las coreografías, salvo  alguna actuación de alguna solista, más pendiente de la técnica que de la expresión,  cada intervención era mejor que la anterior, si cabe.  

Otra cosa es el sonido. No  estuvo nada cuidado y la culpa en este caso es compartida.   Sabemos que el equipo del teatro Jovellanos no es muy bueno, más bien es pésimo, forzado en agudos y con calidad obsoleta, pero el equipo técnico del ballet no puede presentar esas grabaciones  tan lamentables. Estamos hablando de música grabada, por lo tanto comprimida y no tienen  por qué escucharse esos niveles de saturación en agudos, propios de la conversión de discos analógicos en  digitales, y unas diferencias de calidad y de volumen abismales  entre unos temas y otros.
En definitiva, para el público que quería ver sólo ballet fue sublime, pero para los que entendemos el espectáculo como una fusión entre danza, interpretación y música pudo haber estado mejor.

Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España. 

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