viernes, 8 de mayo de 2015

Un ensayo de blues-rock

John the Conqueror en la sala Acapulco del Casino de Asturias.  Jueves 23 de abril.

Tenía buenas expectativas con el concierto del  trío John the Conqueror.  Nunca les había visto en directo pero sí conocía sus dos álbumes: el primero, con título homónimo  y el que grabaron hace poco más de un año “The Good Live”, con el que llegan a Gijón en medio de una gira europea.  Hablamos de un grupo de blues-rock que fusiona estructuras y riffs clásicos en la línea de  Muddy Waters, B.B. King o John Lee Hooker con un sonido más actual y enérgico como The Black Keys.
Bandas de este estilo de música hay en cada ciudad, así que, destacar haciendo blues-rock no es tarea fácil.  Sin embargo John the Conqueror han sabido traspasar la frontera local del Mississippi, y se posicionan entre los buenos de segunda liga.  Como el Sporting.

John the Conqueror se caracterizan por un sonido denso y contundente y una carga de energía que no decae ni suena vacía cuando hay solos de guitarra, pues el relleno de la batería con los platos y el bajo, crean un continuum sonoro potente. Una guitarra que, más que solos virtuosos construye riffs contundentes,  junto con una voz desgarrada, firme y seductora, -de las que no desafinan ni queriendo-, convierten a Pierre Moore en líder indiscutible de la banda; su primo Adam Williams a la batería y Ryan Lynn,  con una forma particular de tocar el bajo, cierran el trío norteamericano.


Pero mis expectativas se fueron disipando según avanzaba el concierto.  Más que una sólida formación dispuesta a conquistar a sus seguidores parecían tres colegas en un local de ensayo pasándoselo bien. No es que me moleste el disfrute de los artistas, todo lo contrario, si un músico no siente placer con lo que hace ¿qué puede ofrecerle al público? Técnica vacía. Pero no es el caso de John the Conqueror que, precisamente la buena técnica  instrumental no es su fuerte, excepto la voz.   Tampoco me molesta que hablen entre ellos riéndose, que paren para beber whisky, ni que el bajista deje de tocar para ir al camerino a por un cigarro o que el batería haga estiramientos musculares, pues tocar la batería cansa. Estos y otros detalles carecen de importancia, e incluso se pueden aplaudir  como parte de la “naturalidad” y el “feeling” con que se vive la música de blues, rock y soul.  Me molesta un poco más que los solos de guitarra no fluyan y se atasquen a medio camino del desarrollo, sin conclusión.  Pero lo que más me molesta es que se ignore al público. Éramos pocos pero ahí estábamos y parece que la banda no se dio cuenta, excepto en  momentos puntuales.  Quién sabe si es por timidez, por el whisky o por falta de profesionalidad, el caso es que el trío se metió en una burbuja de diálogo entre ellos haciendo caso omiso de los presentes, los cuales, aun así, con gran generosidad lo perdonaban todo e incluso reclamaron por dos ocasiones la vuelta al escenario del trío. Quizás, en otra ocasión se disipen mis dudas.  

Crítica de Mar Norlander para La Nueva España 

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