lunes, 3 de septiembre de 2018

Kobrin borda a Chopin

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Alexander Kobrin. Festival Internacional de Piano de Gijón. Teatro de la Laboral, lunes 20 de agosto.

Es difícil asistir a un concierto donde se puedan escuchar las tres sonatas de Chopin seguidas, pero el Festival Internacional de Piano de Gijón intenta ponerse en el ranking de festivales de primera línea y, para ello, cuenta con pianistas de primer nivel y de visión peculiar. Así fue en el Teatro de la Laboral con el pianista ruso Alexander Kobrin que hizo todo un alarde de buena técnica, de sensibilidad y de conocimiento sobre el compositor.
La interpretación siguió el orden cronológico de las composiciones y, aunque pueda parecer cosa menor abordar tres sonatas del mismo autor no lo es en el caso de Chopin. La No. 1 corresponde al Opus 4, es decir, su cuarta obra, compuesta cuando solo tenía dieciocho años y, por lo tanto, presenta cierto grado de inmadurez en relación a sus posteriores obras. No por ello es una composición fácil de ejecución, en Chopin no hay nada fácil, de hecho -propio de la juventud de un genio-, cuenta con pasajes escalísticos y saltos de octava endiablados donde se atragantan muchos pianistas. Alexander la interpretó con la misma facilidad que podría tocar una nana.

Nueve años después compone la Sonata No. 2, correspondiente al Opus 35 y en ese intervalo de tiempo Chopin ya había hecho aportaciones importantes y esenciales a las composiciones de piano, por lo tanto, esta obra presenta una evolución significativa en cuanto a madurez y originalidad.  A pesar de la poca calidad sonora que ofrece el Teatro de la Laboral para los conciertos de piano, la ejecución de Kobrin fue magistral en los cuatro movimientos de la Sonata, destacando el tercer movimiento, la famosa Marcha Fúnebre, que fue incluída como parte de la Sonata con posterioridad y por ello se conoce esta obra como “Sonata Fúnebre”. También es muy destacable el endiablado Finale que se sostiene en un perpetuum mobile cargado de tresillos muy difíciles de ejecutar.


Para finalizar la No. 3, (Op. 58), una de las obras más magistrales de Chopin donde la técnica está al servicio de la composición (a diferencia de la No. 1) y donde muestra un gran poder emocional y un compendio de logros técnicos y artísticos adquiridos a lo largo de muchos años. Si el Allegro maestoso y el Scherzo fueron ejecutados con solvencia fue en el tercer movimiento, Largo, donde Alexander desplegó toda su capacidad de emocionar, para luego dejar al auditorio con la boca abierta con su interpretación del endemoniado Finale.  Sublime. El auditorio se fundió en un largo aplauso obligando al pianista a saludar varias veces. Por su parte hubo una propina, tocando una pieza de Bach que el público agradeció de nuevo con cara de satisfacción por haber podido escuchar a un pianista de tan alto nivel interpretativo.

Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España


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