lunes, 5 de febrero de 2018

Que Rozalén no crezca más





Lo que más lamento del vertiginoso éxito de Rozalén es que me temo que en poco tiempo ya no vamos a poder escuchar sus canciones en teatros tan acogedores y con tan buena acústica como el de la Laboral de Gijón, y tendremos que ir a disfrutar de su arte a recintos más grandes, como pabellones de deportes y similares, cuya acústica es espantosa. Es lo que pasa ahora cuando queremos escuchar a Sabina o Serrat, por ejemplo. Con solo tres discos en el mercado la cantante manchega arrasa por donde va.  Agota las entradas en muy poco tiempo y sus adeptos crecen de forma exponencial, así que no tardará en llegar el día en que sus promotores quieran aumentar el negocio y abastecer la demanda de público. Y es que Rozalén representa el relevo generacional de los cantautores citados: tiene frescura, humildad, madurez, elegancia, buena música y un discurso que pellizca y va directamente a nuestras venas.

Tras la estupenda y corta actuación de los teloneros Alberto & García llegó la cantautora con “La puerta violeta”, cuya letra representa un portazo a la violencia machista. También se acordó de las víctimas del cáncer con “Vivir” y reivindicó la recuperación de la memoria histórica dedicando una canción a su tío abuelo “Justo”, un gran tema que terminó con un bombazo de timbal que nos trasladó a la escena de los acontecimientos. Su discurso y su interpretación levantaron una sonora ovación. Repitió la fórmula del concierto del año pasado en el mismo recinto, subiendo a un montón de niños al escenario para cantar “La canción de las Hadas”, creando un momento entrañable y aplaudiendo a los padres que llevan a sus hijos a los conciertos.  También contó de nuevo con la presencia de su amiga y gran cantante de tonada Marisa Valle Roso y en esta ocasión interpretaron “Ser como soy”. Juntas una delicia, aunque también me hubiera gustado volver a escuchar la versión de “Llorona” que hicieron en el anterior concierto.

La puesta en escena, con la banda en pleno y la coreografía de Beatriz Romero traduciendo  todas las letras al lenguaje de los signos –para que llegue a todo el mundo- resulta muy agradable. Pero si por algo lamento que Rozalén siga creciendo y se vaya a actuar a pabellones de deportes es porque nos perderemos, entre otras cosas, muchos matices y dinámicas contrastantes que su banda esgrime en cada tema. Para muestra los arreglos de “Berlín” a medio camino entre bolero y habanera,  los matices del delicioso piano en “La Belleza” -compuesta por Aute-, las notas pedales de “Será mejor” o la exquisita interpretación del tema de Violeta Parra “Volver a los 17”, con golpes de timbal a modo de latidos y  arpegios de guitarra, creando la base para las melodías del  acordeón.  También destacaría la difícil métrica de las percusiones en “El hijo de la abuela”, sobre las que se apoya una armonía sobresaliente y una melodía con estupendos fraseos. Etcétera, etcétera. Todos estos detalles no se perciben en un recinto capaz de acoger a 8.000 personas, salvo que esté diseñado para ello y, por desgracia, en Asturias no hay.



Por todo esto, asumo que soy egoísta y que no quiero que Rozalén crezca más. Quiero que se quede como está y que solo podamos disfrutar en cada concierto las 1.200 personas que llenaron la Laboral. 

Crítica de Mar Norlander publicada en La Nueva España 

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