viernes, 8 de mayo de 2015

El poeta y sus músicos


 
Joaquín Sabina en su gira “500 noches para una crisis”.   Jueves, 17 de abril. Palacio de Deportes Adolfo Suárez.

“En Macondo comprendí que al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver”, dice la letra de “Peces de Ciudad”,  pero Joaquín Sabina miente. Dijo que “Gijón no es cualquier sitio”, puesto que algunos de sus mejores conciertos y, desde luego,  las mejores juergas las pasó aquí. A Macondo no volvió, eso se lo deja a Gabriel García Márquez y sus personajes, pero a Gijón sí. Por lo tanto miente,  porque en Gijón fue feliz y vuelve a repetir una vez más para el delirio de los miles de espectadores que abarrotaron el recinto y para desgracia de otros tantos que se quedaron sin entrada al poco de ponerlas a la venta. Yo tengo claro que  Joaquín Sabina es uno de los peores cantantes que tenemos en España y no creo que  nadie le admire por el desagradable sonido que sale de sus cuerdas vocales. Pero también tengo claro que Sabina es uno de los más grandes poetas que se han parido en nuestra tierra.  Un maestro del verso y de la prosa, único e irrepetible.

Dicho esto no me apetece seguir hablando del cantautor, ya está todo dicho,  pero sí hacer referencia a sus músicos, porque  el oficio de Sabina no es vender libros (aunque hay unos cuantos). Vende música,  compuesta y arreglada por musicazos con mayúsculas que, como él mismo dijo, “no son mercenarios de la música” contratados para una gira concreta, son sus compañeros de viaje durante muchos años, pues  “conviven, ríen y lloran” con el poeta. Son su “familia”.

 La banda que acompaña al cantautor es la élite  de los artistas que figuran en los créditos de las carátulas de los discos con letra pequeña.  Sus nombres y sus caras no ocupan portadas de tirada nacional ni acuden a programas de televisión de máxima audiencia.  Es más, probablemente una gran mayoría de los seguidores del espectáculo no conozcan sus nombres,  pero sin ellos ni el propio Joaquín Sabina ni otros muchos como Ana Belén, Víctor Manuel, Luz Casal, Miguel Ríos...estarían donde están.


Jaime Asúa, Pancho Varona, Pedro Barceló, Mara Barros, José Miguel Pérez Sagaste y Antonio García de Diego,  son esa élite que conforma la gira que lleva por título “500 noches para una crisis”. Cada uno de ellos se merece un espacio más amplio que éste y un reconocimiento de primer nivel, más allá de portadas de revistas o de periódicos. Son músicos de grandes recursos,  capaces de triplicar la sonoridad de una simple  acorde de Do Mayor y de extraer de sus instrumentos las vísceras y el alma para alimentar los oídos de los melómanos más exigentes. Por ello quiero dejar reflejada mi admiración por todos ellos  y en especial por el guitarrista, pianista y  compositor Antonio García de Diego. Un crack, al igual que el poeta, único e irrepetible. 

Crítica de Mar Norlander para La Nueva España

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