sábado, 21 de marzo de 2015

Minimalista Madama Butterfly.

Ópera Madama Butterfly. Teatro Jovellanos. Viernes 13 de Marzo

¡Por fin! La ópera llega a Gijón para satisfacer a un público ansioso de vivir uno de los espectáculos más complejos de llevar a cabo, principalmente por la cantidad de recursos necesarios para una puesta en escena de poco más de dos horas. En este caso  se rescata una de las óperas más conocidas del verismo, una bella partitura cargada de emoción y dramatismo del italiano Giacomo Puccini, al que los compositores especializados en el séptimo arte le estarán eternamente agradecidos, pues ha servido de inspiración para multitud de películas del género dramático y romántico.
Minimalismo y austeridad definen la puesta en escena de una producción alemana (del Teatro Magdeburgo)  bajo la dirección escénica de  Olivia Fuchs, optando por trasladar la acción a mediados del siglo XX.  Se abre el telón y ante nuestros ojos  un escenario  totalmente blanquecino  con plataformas  de distintas  alturas y tamaños que sirven para desarrollar la trama.  La idea no es mala, no están los tiempos para grandes derroches. Además,  las diferentes alturas ofrecen al público una mejor visión de todos los personajes y las acciones que se desarrollan, aunque cause cierta incomodidad al devenir de algunos actores. De las ideas de Olivia Fuchs, aunque capto su intención,  no acabo de  encajar la colocación de la  nevera tipo retro años 50’ a partir del segundo acto.  Para mi gusto le dio un punto hortera a los decorados.  Lo más destacable de la puesta en escena es la iluminación, a cargo de Alfonso Malanda, siendo capaz de crear distintos ambientes para enfatizar distintas acciones, en especial el momento del  “coro a bocca chiusa” con los farolillos de colores. Muy bonito. 
En el aspecto musical, la soprano Carmen Solís estuvo convincente en su papel protagonista desde el primer instante, tanto en la interpretación artística como en la vocal.  En el primer acto fue  capaz de asumir la inocente personalidad de una geisha adolescente entregada al amor idílico hacia el teniente Pinkerton, plasmando esa inocencia en una interpretación vocal con finura y delicadeza  en los pasajes más pianísimos y con brillo y limpieza en los fortes.  También convenció  a partir del segundo acto, pues  poco a poco la  ilusión del amor de Cio Cio San hacia el teniente se ve golpeada por la cruda realidad.   Madame Butterfly (o mejor dicho madame Pinkerton) sumida en la pobreza, cuenta solo con la compañía de su hijo y de su criada Suzuki, pero aún conserva la ilusión  por el regreso de su marido y le canta a Suzuki el aria “Un bel dì vedremo” (un bello día veremos). Carmen Solís es capaz de abordar el aria más conocida de la ópera con una mezcla de pasión, nostalgia y tristeza,  hilando nota por nota la melodía con una gran expresividad vocal, sin caer en el dramatismo recurrente y logrando un buen empaste con la orquesta. La particella de la soprano es compleja y requiere gran resistencia porque abarca mucho registro y principalmente distintas emociones, desde la más ilusa e inocente hasta la más dramática y trágica.  Carmen Solís supo afrontar cada una de ellas con gran profesionalidad.  
 No puedo decir lo mismo del protagonista masculino. Eduardo Aladrén asume el papel de F.B. Pinkerton con luces y abundantes sombras.  El tenor se lució en muchas frases de intensidad media y tenue en las que pudimos apreciar su belleza tímbrica, pero se dosificó en exceso y le faltó fuerza, siendo continuamente  imbuido por la orquesta en los pasajes fortes y “devorado” por otros personajes secundarios en los dúos y tríos.   Tampoco supo culminar el “Vogliatemi bene” con el que se cierra el primer acto, cuando Pinkerton y Butterfly   tienen su primera noche apasionada, pues, faltó el Do de pecho final quedándose en un Si (casi bemol).  Aunque suene a frase hecha en este caso  es literal.  Me quedo con la curiosidad de verle en otros papeles y asegurarme de que un día malo lo puede tener cualquiera.
  Es  necesario destacar la estupenda actuación de algunos personajes secundarios, en especial el cónsul americano “Sharples” a cargo del  barítono  Manuel Lanza, interpretado con gran tesón, elegancia y  firmeza.  El bajo, Víctor García-Sierra,  en el papel del “tío Bonzo” también estuvo a la altura de las circunstancias.
 La Orquesta Oviedo Filarmonía dirigida por José María Moreno hizo un buen trabajo,  luciéndose en las partes instrumentales y sirviendo de apoyo a los cantantes cuando era preciso. La sonoridad que  se proyecta desde el foso del Teatro Jovellanos no es espectacular, por cuestiones físicas,  así que no se puede pedir más.
Mar Norlander para el periódico La Nueva España.


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